Desde el cielo

1978.

Tenía que esperar que llegara un buen año para volver a nacer. Mil novecientos setenta y ocho me pareció el perfecto, al menos al principio, porque mis dudas terminaron llevándome al mes de octubre. Después de varias semanas más pensándomelo, decidí que era el momento de nacer bajo el signo de Libra… más indecisión. Esa fue la pequeña dosis que me faltaba para llevar a mi vida años de introspección.

Mi mundo interior, igual que podía salvarme, también podía destruirme y, por eso, fue muy importante aprender la forma de usarlo para no resultar dañada.

El silencio de muchos años me ayudaron a moldear ese mundo paralelo que terminé convirtiendo en mi sitio de recreo. Tardé tiempo en descubrir que lo que allí pasaba se proyectaba al Universo a modo de peticiones que, debido a la burocracia interestelar, se terminaban resolviendo meses o incluso años más tarde.

El Ratoncito Pérez.

Papá Noel, los Reyes Magos… Creo que siempre supe la verdad sobre ellos, pero tardé más en descubrir otras. Superman, Mary Poppins, E.T, Atreyu… no sé por qué, a esos me los creía más. Vuelos sin capa, aterrizajes con paraguas, avistamientos en azoteas de plantas bajas… Un Universo repleto de fantasía y realidad y un mundo interior cada vez más sombrío.

Ruta 66.

La mía fue en los 90. Cuántas prisas por crecer teníamos todos, ¿y para qué? Correr sólo supone quemar vida, pero eso no lo sabía entonces.

Hermanos y primos le dieron el relevo a los amigos. Cuánto verso podría haber para ellos, en cambio, también “nos partimos la cara” alguna vez.

Aunque las cicatrices más profundas llegaron más tarde, los noventa, fueron el preludio del dolor que dejan algunos finales. Ya no corría detrás de una nueva década. Mis pasos eran cada vez más cortos porque si el final no era bueno, no merecía ser un final.

Autor: diarioderegistro

De paseo por el mundo terminé viviendo en él.

Deja un comentario