Luciérnagas

Si pienso en el primer recuerdo que tengo contigo, extrañamente me imagino primero sola. Con el paso ligero, la música marcando el ritmo, imaginando en cada canción una vida contigo. Si no me interesaba parte de la letra, la obviaba. Si me venía bien, la convertía en la banda sonora de nuestra historia

En aquel momento ni si quiera existía un comienzo de nada, pero aún así, de esa nada, hicimos más que un comienzo. La continuidad de lo nuestro pudo ser el resultado perfecto de una ecuación complicada. Quizás por eso tampoco rechazo el principio. En mi mente buscaba la solución de lo que mi cuerpo también buscaba. Encontré la paz, y mi mundo, se convirtió en un enclave dentro del tuyo.

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Silencio

No se si es cosa mía, puede serlo, pero siento que en este mundo la injusticia ha acampado a sus anchas ganándole terreno a ciertos valores que estaban unidos al ser humano. Y yo, desde hace tiempo ya, discrepo con la definicion de lo que es «ser humano».

Nos quejamos de las máquinas pero quizás ellas son más justas a la hora de establecer un baremo «desligado de» y «basado solo en», es decir, que para conseguir algo hay que luchar por ello y lograrlo, no hay que pisar a alguien y robarlo, o conocer a alguien, y solo por eso, tenerlo sin ni si quiera luego defenderlo.

De mi trabajo, el que hago por dinero, solo me motiva la empatía, aunque en apariencia soy salvaje. No me convence la idea de ir a una oficina a dejar que pasen las horas y nada más. Me gusta involucrarme en las historias que lo requieren, y soy mecánica con los trámites que no precisan el factor humano. Pero lo que no soporto es la desidia, la falta de interés, de formación, de trabajo, de humanidad, de honestidad, la doble moral, la opresión, la anulación, y la injusticia. Y sobretodo, no entiendo, que todo esto se premie.

Así que, si no me gusta este mundo y no puedo cambiarlo… y no pienso bajarme de él, al menos de manera voluntaria, solo me queda la queja. A veces dejo que adquiera un sonido que sale de mis labios con la fuerza de una bala disparada a bocajarro, y otras, la más terapeutica, la expreso con mis manos.

La casa de abajo

Había una caja de música. De esas donde una bailarina da vueltas mientras suena esa melodía de… Schwanensee: lá-lalalalalalá-lalá-lalá lalalalala-lá.

Había una mesa vieja de madera. Era redonda y se podía reducir a la mitad para ahorrar espacio. La acompañaba cuatro sillas, y se encontraba en un rincón de aquel pequeño comedor.

Había una cañería en medio del patio por donde solía escuchar entrar «el agua de la calle». También una pila de agua que siempre la mantenía fresca. Y una pileta que muchas veces hizo la función de bañera.

Había una escalera enorme, también de madera, pero ésta era robusta y fuerte. Una pieza de las que ya no se ve. Algo quizás muy común en aquella época. Podía llegar a los 3 metros de altura, y se usaba para acceder a la azotea.

Ahora, con el tiempo, veo lo peligrosa que era. Aún así, se usaba cada día, ya que era la única forma de acceder a la parte de arriba de aquella casa, donde se tendía la ropa y se le daba de comer a los gatos que se colaban desde la calle, saltando de casa en casa en busca del mejor anfitrión.

Llena de voces y de ruidosos latidos que traían la calma. Testigo de muchas generaciones. Con sus fantasmas. Cómplice de algunos secretos. Partícipe de muchas risas, de tantos llantos, pero sobretodo, siempre impregnando sus paredes de vida.

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