Y aunque mi mente ya no alcanza para el estudio de la física como materia, me quedo con la teoría de lo estático y de lo dinámico. Sin conocerla en profundidad como rama de la ciencia, pero sí como ejemplo de ser humano. Donde está demostrada la existencia del cuerpo, aunque no siempre de la mente, ni tampoco de su mecánica.
Lo dinámico es el ser en evolución. No sólo nos movemos para dirigirnos a algún sitio físicamente. Lo estático, la piedra en el camino, que también puede existir como sujeto, pero me niego a creer que esa sea la prioridad de la existencia del ser.
Y paso de lo espiritual a lo empírico en décimas de segundo. Desbaratando cualquier pensamiento que me aproxime al entendimiento de lo que nunca nadie ha podido terminar de entender. Pierdo la batalla conmigo misma y me desarmo. No hay vidas para comprender las infinitas formas de ser y de pensar. No nos quedan suficientes reencarnaciones para comprender a esas vidas, que con diferentes caras y diferentes cuerpos portan un mismo cartel.
Desde la más tierna etapa de la infancia hasta la madurez menos inesperada de unos cuarenta y pico que se presentan de una manera que nunca hubiese imaginado.
Primero. cubriendo parte de mi cara para no respirar humanidad. Luego, para no respirar parte de mi Tierra.
Desde lo que antes era azul cielo, ahora se prevee un paisaje que cambia a color rojo, el color de la sangre, que solo puede ser azul en los cuentos. Pero el mundo tiene un corazón mas plebeyo, que late de la misma manera que el tuyo, y por el que corre un torrente de sandre roja, rojo cielo, ahora también rojo mar.
Desde su ventana no podía ver otras ventanas. Ni siquiera podía intuir si exista alguna casa cerca de aquel sitio. De vez en cuando se escuchaba alguna voz fuera pero cuando intentaba mirar desde la incómoda posición que le dejaba su cama, nunca encontraba a los dueños de aquellas palabras, ni de los gritos que la despertaban por las noches. Tampoco es que tuviera nada mejor que hacer allí, simplemente, esperar. Mirar con detenimiento todo lo que la rodeaba y de vez en cuando, inventarse la historia que había detrás de aquel ejercicio de observación.
Al fin y al cabo aquella se había convertido en su nueva casa. Un lugar bastante reducido que no incluía ningún espacio para la privacidad. Había asumido su encierro. Aún quedaban recuerdos de un paisaje diferente al que sin duda ya se había acostumbrado, pero ese era el motivo por el que, sin saberlo, seguía intentado encontrar su memoria a través de una ventana.
Dicen que nacemos solos… primera mentira porque, primero, nacemos gracias a los empujes de nuestras madres. Nacemos con mucho dolor, con total seguridad, al menos, por una de las partes. Es raro no soltar el primer llanto nada más salir de nuestro sitio de confort durante nuestros 9 primeros meses de vida. Y además de todo eso, la gran mayoría de las veces nacemos con la ayuda de manos expertas, sean médicos, comadronas o algún familiar/amigo/vecino… con conocimientos del tema, que haya asistido algún parto, que sea el que primero pasaba por allí… Esto puede cambiar según la época.
Por otro lado, también creo que tenemos cierta autonomía al nacer. Quizás unos más que otros. Tal vez, esta sea adquirida después de algunos meses o años de vida, o puede que la experiencia te devuelva al origen de esos meses de gestación donde oías voces sin saber de donde venían o sentías sin tener la capacidad de ver. Donde el oxígeno y la luz del mundo exterior te arrebatan la memoria para despertarte otros sentidos.
El caso es que la soledad en estado puro para mi surge de un mundo interior que generalmente idealizas. Como lo hacías antes de que cortaran ese cordón, antes de ver la luz, antes de oir tu primer llanto o antes de escuchar esa cálida voz.
La soledad es un cúmulo de experiencias que te exigen más de lo que a veces nosotros sabemos dar. Si implicas a los demás en tu soledad pero aún así te sientes solo, tendrás que seguir el latido que acompaña a tu corazón. «Sólo» es cuestión se seguir el mismo ritmo.
El silencio no existe porque en la más silenciosa de las noches escucho el susurro del viento, el sonido de un grillo, el crujido de unas hojas. Aún así, prefiero ese casi silencio al ruido constante de una ciudad estresada. Que se levanta temprano para ir a correr pero sin terminar de entender ni para qué lo hace. El culto al cuerpo debería ir acompañado con el culto a la mente.
En este silencio que me tranquiliza puedo escuchar también el ruido del agua saliendo de una ducha. El bajo sonido de una tele. En la casa de al lado, donde aún queda luz en una de sus ventanas, alguna conversación, que entre risas lejanas, forma parte del sonido de una noche.
De paisaje la luna y las montañas. En un intento de agudizar mis sentidos detecto algún sonido. Las suaves pisadas de un animal escondido entre unas matas. Y de testigo de todo, ELLA. A medio vestir, brillante a la hora de salir a escena, aunque le falte su cuarto menguante, es su gran noche, y gigante, se hace dueña de ella.
Con un poquito de vergüenza comienzo a contar esta «anécdota». Me encanta hablar de mi tierra, supongo que a todos nos gusta. Cuando lo hago, no siento que esté resaltado solo lo bueno. Me siento realmente afortuna de ser canaria y de vivir aquí.
En Gran Canaria tienes la posibilidad de decidir qué tipo de paisaje quieres ver. Podemos disfrutar de playas kilométricas tanto en la Capital, Las Palmas de Gran Canaria, como en el sur de la isla, donde se encuentra, entre otras, la maravillosa playa de Maspalomas, con sus increíbles dunas.
Desde La Playa de las Canteras (Gran Canaria) a veces se puede el Teide. (Tenerife)Dunas de Maspalomas (Sur de Gran Canaria)
Se puede disfrutar tanto del paisaje rural, como el que nos ofrece sus lugares de costa, y todo esto, acompañado de un clima envidiable durante todo el año.
Después de este preámbulo, quiero expresar mi queja. En Canarias existe cierta reticencia a la hora de reservar alojamientos tipo villas, sobretodo si estas son enormes caserones. Independientemente de si sus propietarios son de aquí, o de fuera (en su mayoría alemanes), el alquiler de estos sitios, ahora más demandados después de la pandemia, a veces resulta bastante complicado si eres canario.
Alojamiento en Gran Canaria
Hace poco vi un video en Tik Tok de un señor de nacionalidad cubana, intentando hacer un reserva para un fin de semana en un hotel de lujo en Cuba. El señor le comentaba a la persona que estaba al otro lado del teléfono que se iba a casar, y que quería regalarle a su prometida un fin de semana en ese hotel. Tras una serie de preguntas donde se cercioraron de que los dos interesados en la reserva tenían nacionalidad cubana, la chica le comenta que no puede gestiornársela. Tras la insistencia del señor en conocer el motivo de la negativa, al final de la conversación, acaba confesando que dentro de la política del hotel existe la norma de no hospedar a personas de nacionalidad cubana.
Lo que yo cuento no es lo mismo, pero me recuerda un poco a ese video. Normalmente no se atreven a ponerlo por escrito pero sí he escuchado más de una vez, y dos, y tres, que «el propietario del sitio no quiere alquilárselo a residentes canarios». Es por esa «vez de más» que me apetece escribir acerca de esto. Porque a pesar de que pueda entender parte del mensaje, me cuesta entender que seamos así. No dejar a los nuestro disfrutar de todo lo nuesto me parece tan grave como si lo hicieramos con los que vienen de fuera… que no es el caso, y me alegro.
Siempre hemos tenido fama de hospitalarios, y lo somos, pero todas las cosas deben cuidarse. Cuando hace pocos meses no podíamos disfrutar del turismo de fuera por culpa de la pandemia se apostó por el turismo local, y allí estuvimos. Apostando de nuevo por lo nuestro… por lo de todos. Porque hay muchos que parecen que se olvidan de que el mundo es de todos. Aunque los privilegios del mundo estén para algunos solo… De todo hay, en todos sitios.
Ahora, muchas cosas buenas que surgieron de algo tan horrible como la pandemia, como la generosidad, la empatía, las ganas de volver a mirarnos, tocarnos, sentirnos… se han convertido otra vez en la calabaza del cuento.
Esperando a que llegue mi turno en el super, llega antes la introspección.
Una niña de apenas un año, asoma su cabecita por la bolsa de canguro que cuelga de su padre, y me sonríe. Los niños que han nacido durante la pandemia se han acostumbrado a vernos con mascarilla, y a leernos a través de los ojos, de los gestos, o incluso del sonido.
Quizás esto desarolle más alguno de esos sentidos que de pequeños tenemos muy vivos pero que con el tiempo se van deteriorando. El aire que a veces no respiramos es el que termina oxidándonos.
Al igual que la inocencia se marchita de malas intenciones, los sentidos también se mueren si no los escuchas. Si vemos solo lo que miran nuestros ojos, o escuchamos únicamente el sonido más cercano o el que más ruido hace.
Me sentía extraña en la puerta de aquel edificio al que entraba con mi propia llave. Era raro, pero los únicos ojos que me intimidaban estaban detrás de aquella puerta, y aún así, debía entrar.
No se por qué motivo, intenté no hacer ruido al meter la llave. No había nadie más en la calle, y él, seguía ahí, mirándome.
Examina con atención cada movimiento que hacía, sin disimulo. Con total descaro siguió observando como conseguía abrir la puerta con poco acierto y muchas prisas.
No era la primera vez que lo hacía. Trataba con desconfianza a los vecinos del edificio pero actuaba de forma diferente ante los desconocidos.
Supongo que era ajeno a mi circunstancia. ¿De dónde volvería a esas horas? Pensaría. ¿Por qué a veces se tiende a creer lo peor de las personas?
Mientras tanto, un corazón roto volvía a casa después de dejar su amor en un pasillo frío.
Cuando era muy pequeña no existía el servicio de recogida de basura de la misma manera que se conoce hoy en día. Sí pasaba «el camión de la basura» pero en un principio, no recuerdo que existieran contenedores. Las bolsas se apilaban en el suelo de una esquina donde la gente del barrio había establecido el «punto limpio» de la zona. Y por allí, cada noche, circulaba la historia del hombre del saco entre los niños, que eran quienes se ofrecían normalmente a sacar la basura para vivir la última aventura del día entre amigos.
Creía que el ratoncito Pérez era en realidad Súper Ratón. Mi personaje de «realidad infantil» preferido. Pensaba que el paraguas podía ser un perfecto instrumento para volar. Que mi pequeña pandilla en alguna de nuestras aventuras nos encontraríamos con los Goonies. O que en una paseo por el rastro encontraríamos alguna especie parecida a los Gremlins
Algunos creían haberlo visto, otros habían tenido pesadillas con él. Para cada uno tenía un aspecto diferente. El mío incluso había llegado a perseguirme escaleras arribas en un huida que no terminaba hasta que me despertaba sobresaltada y justo en ese momento se disipaban mis miedos.
Con el tiempo te das cuenta de que ese personaje de ficción que se inventan para instaurar el miedo sí existe en la realidad, con sus diferentes caras, diferentes métodos, distintos nombres. Pero, ¿dónde está ese pequeño ratón con capa? Los grupos de amigos cambian, y de esas pandillas solo quedan lejanos recuerdos. Las posibilidades de tener mascota en un piso de alquiler terminaron hasta con la idea de tener un perro.
Quizás somos nosotros, nuestra sociedad, la que deja que «el hombre del saco» sea el único personaje de ficción que engordó y creció con nosotros para que, hoy en día, siga acompañándonos.
Alumbrando pasajes de mi vida. De una vida que a veces camina dormida. Monótono paseo que me lleva al trabajo, y allí, en modo avión, sigo la instrucciones necesarias para abandonar mi mente pero sin dejar mi cuerpo. Necesito mi presencia, o quizás, la necesiten más otros. Estar por estar es también a veces un estilo de vida.
A pesar de tener la mente en todo y nada a la vez, no me desligo de tu pensamiento. La prueba más evidente de que sigo aquí, tu existencia. Y pasas por mi lado devolviéndole a este día la luz que se apagó al entrar en esta habitación vacía de amor y llena de malas intenciones.
Y si solo las veo yo, me arrancaré los ojos… Y solo las escucho yo, desterraré a los fantasmas de mi mente… Pero si solo quedo yo, no te olvides de ese mundo interior… ni de su esencia.