Cambiaron las calles, los edificios, las aceras. Incluso el sentido del tráfico, con algún atropello incluido.
Cambió la gente que paseaba por ellas. Las familias que los habitaban. Los niños que la pisaban, incluso también cambió el sentido de sus vidas.
Cambió el ritmo de lo que escribo por la pausa que no hago, y cambió el escaparate de aquella librería extraña que durante años no se había movido.
Cambió la piel y cambió la herida. Dejando una nueva mancha que cambiará la arruga que también cambió su cara.
Y permaneció la esencia, el olor, la cálida luz en su mirada. Se mantuvo la risa, sus prisas, y aunque cambió tanto, se quedó su magia.