Hacía tanto frio que se le había congelado el alma. Encendió la chimenea, como si fuera una tarea fácil, ya que en su historia, tan solo iba a ocupar una frase en el relato.
– No escribas más de mi – me gritó enfadada.
– No siempre entiendo lo que me quieres decir. Llevo mi cuerpo tatuado de historias inacabadas, de mentes erosionadas, de sentimientos dinamitados donde mis manos, a veces, se convierten en armas. – me dijo con la voz temblorosa y las pupilas dilatadas.
– Nunca me preguntas cómo estoy. Llegas y te sientas delante de mi. Comienzas a descifrar las señales de mi cuerpo que queda atrapado por tu espíritu. Te inventas cosas como “franela y circo”, ¿qué coño es franela y circo? Aún así, querrás que salga de mi boca. De tu cabeza a mis actos ¡Qué locura! Al menos hoy no sabes seguirme el hilo ¡Te pillé!
– ¿Algodón… seda… lana? ¿Con cuál prefieres tejer la historia? – pregunté. Quizás tenía razón… o quizás no, pero no tenía intenciones de perder el tiempo en esa disputa. Sólo me reclamaba un poquito más de atención, algo que no era nuevo para mi, ya que desde siempre me había costado centrarme en una sola cosa. Con las personas me pasaba lo mismo, pero no con los animales. Ellos, especialmente los perros, me aportan bastante equilibrio… Pero estaba claro que no era un perro quién requería ahora mi atención. Era un personaje, la cosa se estaba volviendo grave ¿Cuánto hace que mi cabeza está así? Pensé.
– Unos cuarenta años… ya te respondo yo porque tú ibas a ser más benévola con tu falta de atención hacia ti misma. En cambio, yo llevo observándote el mismo tiempo que tú me llevas destripando… Y me he dado cuenta de que, además, has vuelto a escribir. Te dije que no lo hicieras.
De todas formas ya da igual, al menos te has dado cuenta. Ahora, cada vez que hablamos te haces un “selfie” de cada “encuentro” que expones sin haberlo masticado y digerido primero. No sé si eso te sana, o por el contrario, te agota. Pero debería empezar a acostumbrarte a encontrar primero la paz. Un buen comienzo sería que me saludaras cuando llegas a mi casa y te cuelas sin llamar. Te desdoblaste de mi y me abandonaste en este oscuro lugar dentro de tu alma. Me visitas de vez en cuando pero, con los años, empezaste a no escucharme y luego, hablar por mi. Nos convertiste en dos personas diferentes con una misma esencia. Ahora te toca elegir intentar recuperarla o dejarla ir.
Ya no sabía si era yo o era ella quién hablaba. Cogí la manta doblada que se encontraba en un diván a los pies de mi cama y me la enrollé en el cuerpo. Tardé varios minutos en entrar en calor, pero finalmente, conseguí hacerlo. Caminé descalza por la alfombra hasta alcanzar el suelo frío que me llevaba a la mesa dónde había dejado el portátil. Está apagado, estoy despierta y aún siento frío. Otra noche más de fiebre, franela y circo.