Feliz Halloween

Trabajo en un sitio donde una de las mejores escritoras de novelas de misterios, Agatha Christie, se alojó durante un tiempo y desarrolló, al menos, parte de uno de sus libros. Vivo al lado de un sitio donde pasaba algunas tardes con marcado sabor británico. Encontró el contraste perfecto dentro de una isla que le ofrecía, por un lado, un estilo de vida diferente, un clima ideal, paisajes de ensueño de playas capitalinas, donde a su vez, también podía volver a sus raíces con tan sólo traspasar las puertas de ese club privado ingles.

A veces me gusta divagar sobre esto y encuentro entre esos pasillos de aquel hotel, hoy convertido en oficinas, rastros de aquellos huéspedes que se alojaron y dejaron escrita entre esas paredes parte de su historia

En el caso de ella, puedo imaginármela recorriendo los jardines y sentada en alguno de esos bancos que luego fueron pizarra de muchos jóvenes para dejar una firma a su paso.

Si permaneces en silencio una tarde solitaria puedes sentir que los rincones hablan. Por la noche, alguna vez, la imagen de una mujer en la ventana que mira con extrañeza una ciudad cambiada, y otra mujer que la observa, nerviosa, con el mismo asombro al ver la imagen, en un edificio donde ya no queda nada, de una mujer anciana, con la mirada perdida… que también divaga.

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«Palabras más, palabras menos»

De lo que quiero contar, y lo que cuento. De lo que quiero decir, y lo que digo. Pero de lo que quiero escribir…

Y también de lo que escribo. Mis palabras a veces tienen dueño. Un dueño sin género. O quizás un «poligénero» de dueños se convierten en prisioneros a veces de nuestras palabras, de nuestros actos, aunque no siempre de nuestros pensamientos. Esos suelen mantenerse más fieles a nuestro yo más genuino, el que se arraiga a nuestra voluntad y a nuestro deseo. Y si en algún momento se ve mermado nuestro ser también podemos recurrir a la introspección

No es fácil indagar en terrenos que a veces fueron tan pantanosos que nos hundieron, pero hacerlo después de haber salido a flote puede hacerte experimentar una satisfacción enorme… siempre que no te de miedo entrar, claro.

Allí donde hubo dolor, el tiempo y la experiencia le pueden devolver algo de dulce a ese amargo que en tu mente aún no ha experimentado la emoción sin llanto, o el llanto con risa, o la alegría por eso que vivimos y solo por eso nos hicimos más grandes.

Una nota en el laberinto. Parte 2

El mundo empezó a convertirse en un lugar más pequeño, más cómodo, más agradable, o incluso más amable para mi. Un espacio donde empecé a sentir la seguridad que ofrece un hogar. O al menos, ese era el concepto que tenía yo de hogar, a pesar de que pocas veces creí comprender la totalidad de la palabra. Luz iluminaba cada estancia de la casa con solo entrar en ella. Podría decir que incluso se atrevió a encender una vela dentro de mi mundo interior. A veces, el mal tiempo hacía que el viento soplara muy fuerte, pero en lugar de apagar esa llama hacía que se reavivara más. Esa luz se quedó en mi, imperecedera, aún cuando yo no estaba.
Como cambian los miedo a medida que pasan los años. No hace tanto, al menos en mi memoria, me preocupaba de cosas como que la paga del viernes no me llegara al domingo. Que el lunes tenía clase de gimnasia y no había puesto a lavar el chándal. Que se me rompiera el radio de la rueda de la bicicleta, o se me volviera a caer al suelo un cristal de las gafas, porque en mi casa la economía era justa y cuando había algún contratiempo,» había que hacer juegos de malabares».
Creo que ahora, en mi cabeza, empiezan a pasar otras cosas… y empiezo a pensar en otras cosas. Existen personas y personajes. pero todos son reales. al menos por ahora, o al menos, eso creo. Mico tiene nombre, pero también apodo. Como casi todos en esta vida, el también contaba con un alias.  El suyo le encajaba a la perfección. Casi todo el mundo recuerda aquel payaso del anuncio del detergente. El también poseía la dos personalidades, la del payaso de la ropa gastada y triste, y la del que sonreía feliz porque después de no se cuántos lavados sus prendas aún salían con más color que cuando eran nuevas. Mico era un gandul en cubierto. En algunos momentos podía parecer que poseía cierta responsabilidad en lo que hacía, pero en su trabajo era tan desordenado como en su vida privada. Evadía cualquier tipo de acto que conllevara decisiones propias de la madurez. Quizás el mundo que lo rodea ha alimentado todavía mas ese pasotismo del que alardea pero que a la vez lo convierte en ese tipo de hombre. Esa similitud con el payaso es, para mi, una referencia a una personalidad variable, en este caso en función al que dirán, pero en base al cuando me digan, hago. No uso la expresión de payaso ni como profesión, ni como descalificativo, ni tampoco como personaje que provoca risas, porque de hecho, a mi los payasos siempre me han dado miedo. Tenía dos amigos. Uno imaginario al que llamaba Pepe, y otro de carne y hueso que llama Paco. A Pepe, a Paco y a Mico le gustaban ser el centro de atención.  Y a pesar de que vivíamos en el mismo mundo, el suyo era muy diferente al mio.  A ella, depende del momento, le llamaba la atención uno u otro.
Tengo la sensación de que me rompo, y en el suspiro… comienza la confrontación.

Una nota en el laberinto

No es el de aquella película de los años ochenta, aunque ese, de niños, también nos daba miedo. Quizás hoy lo experimento como un miedo diferente, pero al fin y al cabo, miedo. Yo soy, la que soy, a lo mejor ya no la que era, y seguro que tampoco la que seré.  Por eso ahora mismo me cuestan las presentaciones. Si me presento hoy te diré,  soy yo.

Que difícil ser ella, sobretodo cuando soy yo. No, esto no va de existencialismo, dejo eso para los «expertos». Parece que hoy en día hay que estudiar para existir. Si no eres «experto» en la materia, por mucha introspección que practiques,  seguirás siendo ignorante a los ojos de muchos. Más para aprender. Hay personas que nacen con carreras aprendidas y otras que con carrera nunca aprendieron nada. Me gusta mirar a través de sus ojos. No siempre es fácil porque a veces, soy yo. Cuando consigo romper con mi mundo interior para caminar por el suyo es como si estuviera de vacaciones. No querría irme nunca de allí. A veces es raro porque yo estoy dentro, y ella fuera, pero cuando coincidimos en el mismo punto vuelve a surgir la magia, la conexión, el amor elevado a la máxima potencia, y luego, un salto cuántico que devuelve a cada ser su energía. Ella acaricia mi mundo y ni si quiera se da cuenta. Entonces se va,  pensando que está a kilómetros de él. Y yo, dejo que se vaya sin confesarle el secreto. No se por qué  no consigo romper el silencio que deja cuando se va. Unas manos aprietan mi garganta y no me dejan respirar. Me da miedo que esas manos sean las mías.
– ¿En qué piensas, Amor?
– En nada .
Ella si tiene nombre. Se llama Luz. No se si fue casualidad o un capricho del destino que me encontrara en mi etapa más oscura. No se si la encontré yo en un intento absurdo de respirar. No se en qué momento pude mantener la cabeza a flote para verla, pero estaba allí, y su luz, me llevó a ese puerto.
Un lugar. Fotografía @diarioderegistro

Octubre

Con cinco años escribí un cuento, el dragón blanco. Con él recuerdo que gané un premio, un libro, El tío Willibrord. En primero de EGB tuve un profesor que para sus alumnos fue un tesoro. Tenía un don especial, quizás por eso aún lo recuerdo con tanto cariño. Y hacía estas cosas con niños de 5 y 6 años, motivarlos a escribir un cuento, de lo que quisieran, redacción libre, para premiarlos luego con lectura.

Mi madre con menos de doce años escribió un libro sobre Lord Byron, fue el personaje que más la inspiró durante su juventud, cuando empezó a interesarse por la lectura. Sus comienzos fueron con el robo de ese libro por parte de sus maestras, las monjas de aquel colegio que se ofrecieron a leer lo que había escrito aquella niña, por iniciativa propia, sin que ninguna de ellas nunca la alentara ni si quiera a hacerlo. Sin más motivaciones que las suyas y su inspiración.

Te das cuenta que desde la edad más temprana te encuentras con gente que puede hacer que las experiencias negativas lleguen más tarde que pronto, porque llegar, creo que siempre llegan, y ya sean para aprender o para errar, es difícil vivir toda un vida moviéndote por caminos de rosas sin espinas.

Robas, y te roban. A veces años de tu vida. Otras, parte de tu inocencia, o de tu personalidad. En algunos momentos esos robos serán físicos, y en otros emocionales.

Por desgracia, alguna vez haremos lo mismo. Con suerte, será pocas veces, será de manera inconsciente, y nos servirá de aprendizaje. Todo eso, si desarrollamos lo mejor de nuestro ser. Porque creo que afortunadamente nos encontramos también gente que nos facilita ese camino, que pasea con nosotros de la mano y que si hace falta toca el tallo de la rosa antes que tú para asegurarse de que si te quieres pinchar con ella sepas cuanto puede sangrar la herida.

Fotografía de @chiki_78 en Sunset Villas Tauro.

En primera persona

Pero cuál de ellas? La de antes no es la misma que la de ahora. La de ahora tiene más de un alter ego, y aunque la de antes, quizás, era más pura, también tenía menos rodaje.

La experiencia nos hace enormemente más… «algo», y ese algo, a veces, en algunos se traduce en sabios, en otros en reincidentes, en inconformistas, en expertos, en novatos de carrera, en mil cosas, porque cada persona tiene su propio aprendizaje y aunque creo que estamos conectados en él, y así, nos relacionamos de corazón, no por imposición (trabajo, vecinos, compañeros de clase). A lo largo de nuestra vida buscamos, además de ese mundo tan físico otro de más conexión. No sólo de esa conexión espiritual de la que hablan algunos, sino de otra más terrenal. Pensamientos, formas de ver la vida. Amaneceres y atardeceres del mismo color… momentos de permitido sectarismo y después, de merecida introspección. Donde la confianza no sea solo un estilo de vida sino ese medio de vida que nos defina como personas.

La cita

De un rojo y cálido atardecer se vestía la tarde.

De la mano, sin dirigirse a ningún sitio, pero juntas en un mismo camino que a veces las conducía a su propia casa. El hogar que habían contruido era un sitio cálido, quizás muy parecido a ese atardecer al que siempre dedicaban un momento del día. Donde el sol se esconde tímidamente detrás de su manto rojo y desaparece detrás de una majestuosa montaña.

Para ellas su espacio significa algo más que un conjunto de paredes que delimitan una propiedad. Su espacio incluía parte se ese cielo, de ese aire, del sol que se asomaba cada día delante de su ventana y que moría cada tarde ante la atenta mirada de las dos.

Pensó en aquel libro de su infancia «El laberinto de los caramelos mágicos» y recordó un ideal de mundo que a veces se plantaba a menos de un palmo de sus ojos, entonces, sonrió. Y muy galante, el sol, le dio pasó a su dama.

La mejor hora

Para escribir, es sin duda, la noche. Pero también existen muchas mañanas donde entre la vigilia, el sueño, y el violento despertar del sonido de una alarma, te presentan ese recuerdo o esa historia en tu cabeza que va enlazando perfectamente y que además, se sincroniza con tus dedos.

A veces me mira. Es una niña pequeña, gordita, con los ojos achinados, más aún cuando se rie. Y se rie mucho, creo que más que ahora. Algo que por otro lado es totalmente comprensible, ya que cuando todo en nuestra vida se desarrolla medianamente bien en nuestra infancia, no empiezan a aparecer los verdaderos problemas hasta que lo hacen las responsabilidades, y eso como dije antes, si todo va medianamente bien en tu infancia, sucede en la edad adulta, y es entonces cuando esa sonrisa se tuerce… aunque con suerte, nunca desaparece del todo.

Después esa pequeñaja escurridiza se escapa. Salía corriendo como alma que lleva el diablo. Era algo asustadiza, pero, ¿de qué? ¿de quién? Tardó años en descubrirlo. Y esa imagen que la asustaba acabó siendo una cara que ya conocía.

La ventana sin vistas. Una mujer.

Aún no había sonado aquel despertador que habia colocado en su pequeña mesita de noche/camarera, pero el interno, ya la había despertado varias veces durante la noche. Al menos, ahora había salido el sol, y no tenía que ir por la habitación dando palos de ciego para adivinar donde se encontraba la puerta del baño.

Casi nunca solía despertarse para ir a orinar, pero esa noche, su vejiga a penas la había dejado pegar ojo. Se encontraba inquieta, aun sin saber el por qué, tenía claro que algo estaba a punto de pasar. Mientras cerraba la puerta del baño al que había acudido más de 5 veces durante su intermitente sueño, pensó cual podía ser el motivo de ese estado de alerta, y qué podía hacer para volver a su estado de calma habitual.

De pronto escuchó el murmullo de unas voces que cuchicheaban detrás de la puerta. No quedaba nada para descubrir el motivo de su desvelo. De ese agotamiento físico y metal que le estaba dejando esa noche. Donde en apenas unas horas había retrocedido varios días en su recuperación. Temblorosa, agarró el pomo de la puerta e imaginó que tras ese giro de muñeca, ella tambien podría trasladarse a Narnia.

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