Trabajo en un sitio donde una de las mejores escritoras de novelas de misterios, Agatha Christie, se alojó durante un tiempo y desarrolló, al menos, parte de uno de sus libros. Vivo al lado de un sitio donde pasaba algunas tardes con marcado sabor británico. Encontró el contraste perfecto dentro de una isla que le ofrecía, por un lado, un estilo de vida diferente, un clima ideal, paisajes de ensueño de playas capitalinas, donde a su vez, también podía volver a sus raíces con tan sólo traspasar las puertas de ese club privado ingles.
A veces me gusta divagar sobre esto y encuentro entre esos pasillos de aquel hotel, hoy convertido en oficinas, rastros de aquellos huéspedes que se alojaron y dejaron escrita entre esas paredes parte de su historia
En el caso de ella, puedo imaginármela recorriendo los jardines y sentada en alguno de esos bancos que luego fueron pizarra de muchos jóvenes para dejar una firma a su paso.
Si permaneces en silencio una tarde solitaria puedes sentir que los rincones hablan. Por la noche, alguna vez, la imagen de una mujer en la ventana que mira con extrañeza una ciudad cambiada, y otra mujer que la observa, nerviosa, con el mismo asombro al ver la imagen, en un edificio donde ya no queda nada, de una mujer anciana, con la mirada perdida… que también divaga.
