EL Circulo

Con su llegada se cerró el circulo. Aquella esfera había adoptado totalmente la forma de un balón de futbol. A veces botaba cerca de ella que, según el día, le daba una fuerte patada o lo cogía en su regazo como si fuera un bebé. Aquella pelota se movía de un lado para el otro cayendo, alguna vez, fuera de la zona de juego.

El problema es que “el juego” no divertía a todo el mundo. Más bien diría que sólo entretenía a unos pocos, los que menos tiempo la tenían a su lado. Temían que, como en el juego de la patata caliente, aquella esfera cargada de dinamita estallara cerca de ellos, por eso procuraban siempre que les cayera a los que sentían como rivales.

Los círculos pretendían explicar lo que era la propiedad asociativa de la suma, pero eran ellos mismos los que, precisamente, restaban y dividían el grupo.

Dibujaron una señal en el suelo y como si de una secta se tratara comenzaron con su ritual de persuasión para captar adeptos… más adictos al dinero.

Número uno habló con número dos que farfulló algo a número tres. Este convenció a número cuatro que bromeó con número cinco hasta sacarle los colores. Número seis, siete y ocho se enteraban de la misa (o ritual) la mitad, aunque número seis había sido la líder tiempo atrás. Número siete quiso caer en gracia y agraciada era, pero con otro don. Aún así, decidió ser el juguete nuevo que podían explotar.

Las cansadas bordeábamos esa difícil circunferencia con un Rotring 0.2 rescatado del macuto, felices años 80… o 90… Ahora entiendo que dedicaran una serie a “Aquellos maravillosos años”. Que bonito era cuando tu mayor problema, hoy en día, ni siquiera sería un problema. Cuando las relaciones de amistad, incluso, se sellaban con sangre. Nuestros dramas de adolescentes poco tendrían que ver con los de los de ahora, o con los de nuestro habitat de adultos en un entorno laboral que no se parece en nada a lo que nos enseñaron nuestros amigos en lo que fue, también, un segundo hogar durante una de las etapas más bonitas de nuestra vida.

Desde el Cielo III

TEJADOS

Las azoteas transitables de aquellas casas terreras, construidas en hilera y donde, a veces, podías ser testigo de muchas historias, sobretodo si eras un niño, o un delincuente.

Esos tejados llenos de planchas que cuando soplaba fuerte el viento parecían que iban a salir volando se convirtieron, durante un tiempo, en el escenario de muchos juegos donde creíamos ser exploradores en busca de algún tesoro.

Eran casitas pequeñas donde se aprovechaban muy bien los espacios y aunque la mayoría no disponían de una escalera fija que les diera acceso a la parte de arriba, cada familia encontró la forma de darle vida a sus azoteas. Allí podías encontrarte alguna cabra, gallos, perros, o incluso personas. En estos casos, sus cuatro paredes y un techo, se reducía a un pequeño espacio dónde se había improvisado un cuarto tipo trastero.

Los ochenta se convirtieron también la vía de escape de algunos gamberrillos que saltaban de una casa a otra desde sus azoteas hasta terminar en algún sitio donde podían “darle esquinazo” a los torpes agentes que tuvieron que aprender que, en aquellos barrios, la realidad a veces superaba a la ficción. Mientras tanto, el Cachimba, el Cambao, el Caballo y el Burra siguieron teniendo el control de aquella calles durante muchos años.

LA MOVIDA CANARIA

Nunca parecía estar de moda en las televisiones. Nadie habló de la movida canaria. Aquí la gente se vestía de gala para salir por la noche. Fue por aquel entonces cuando se estableció la noche del jueves como el preludio de un buen fin de semana.

Cambiamos la biblioteca por el bar de copas que pusimos de moda en lo noventa y que era propiedad del hermano mayor y un amigo de uno de los del grupo.

“El Cielo” se convirtió en nuestro punto de encuentro y en el de otros muchos durante bastantes años. Luego, cambiamos nuestro sitio de confort de copas gratis y cercanía al hogar, por el sur de la isla. Llegar ya era una aventura porque ninguno de nosotros tenía carne de conducir, así que, la gente empataba viernes y sábados durmiendo en alguna playa de día y retomando las discos por la noche. El hambre y la falta de higiene parecía importar poco si se ponía por delante “un fin de semana de marcha en el sur”.

VÍCTIMAS

La llegada de la heroína a España, junto con el desconocimiento de los jóvenes que comenzaron a consumirla, dejó númerosas victimas a mediados de los ochenta. Si tenías suerte no había ningún familiar ni amigo entre ellas, pero seguro que sí el de alguien que tú conocías. En mi barrio hubo victimas cuyo principal verdugo fue esa droga que, más tarde, traería otras.

La policía ya no corría detrás de nadie. Al parecer ya “nadie” tenía prisa. Se acabaron los planes de huída por las azoteas y aparecían jeringuillas y agujas por las calles, junto a los chicles pegados en el suelo, junto a la basura acumulada en la esquina, junto a las ruedas de los coches que, a veces, también aparecían rajadas.

El barrio alcanzó su punto más alto de pobreza cuando muchas familias se vieron afectadas por el mounstruo de la droga que se comía a sus hijos, y también las calles en las que se criaron. Se alimentó de la desesperación, del miedo, la angustia y del sufrimiento. El cielo se llenó de nuevas estrellas que darían luz a las farolas de las calles que llevaban tiempo fundidas para dar comienzo a una nueva era de despertar.

Desde el Cielo II

Virginia Woolf.

Salto en el tiempo. De Edgar Alan Poe a Sylvia Plath y de Sylvia a Virginia. O Kurt Cobain, Amy Winehouse y de Amy, a mil golondrinas.

Volaron… dejaron su rima, pero escaparon. A pesar de la poesía no quisieron quedarse. Antes o después todos lo haremos. Por eso es tan importante no disparar al cielo sino contemplar el vuelo de un ave y aprender a planear para cuando nos llegue ese momento de desaprender lo aprendido mientras pisábamos un suelo firme.

La cueva.

Pasadizos marinos de piedras apiladas en perfecto orden y que el mar había erosionado con el tiempo dejando una entrada hacia lo que parecía una cueva submarina y que, como niños que no huelen el peligro, decidimos investigar.

Siempre guardamos el secreto de que, aquel pasillo de corales por el que buceamos mientras aguantábamos la respiración unos diez o veinte segundos, (dependiendo de lo rápido que movieras tu cuerpo) nos llevó directamente al interior del Club Náutico y a su piscina de agua salada.

El paisaje había cambiado totalmente y parecíamos polizones de un barco recién atracado.

Llenos de alquitrán nadamos en un agua que ya no nos correspondía y, como los tres lo sabíamos, disfrutamos de aquella aventura con cierto temor a que nos descubrieran. Así fue como, aquella tarde, nos colamos sin querer en uno de los Clubes más exclusivos de la ciudad.

Efecto 2000.

Cuando pensaba que no podía llegar nada peor, llegó el cambio de siglo. Qué década más pesada. Conocía a gente pesada, a mucha gente pesada, pero el año 2000 fue la cosa más caótica que me podía pasar. Fue tan horrible que lo olvidé, lo enterré en mi mente y ahora, que quiero hacer un resumen de cómo fue, solamente se que fue malo. Los hijos del dos mil tenían en su poder el cambio, el salto a una nueva era… pero el avance tecnológico los volvió perezosos. Si la mayoría de las cosas se podían hacer sentados para qué movernos.

Perdimos la cinética y nos volvimos esclavos.

Rutina Laboral

No sé si me gustaba menos ir al colegio que ir ahora a trabajar, pero por ahí está. Por lo de ahora me pagan y, por desgracia, el dinero es necesario para vivir. Y digo por desgracia porque estaría bien que tuviéramos todos nuestras necesidades básicas cubiertas de por vida y el dinero sólo sirviera para disfrutar plenamente de los momentos de ocio. Que los recursos naturales fueran absolutamente de todos sin ejercer el abuso sobre ellos. Quizás, respetaríamos más la naturaleza y cualquier fuente de vida. Juntos, en la riqueza y en la pobreza, unidos en un matrimonio. Cuidándonos tanto a nosotros como a nuestro entorno. Una utopía más…

Desde el cielo

1978.

Tenía que esperar que llegara un buen año para volver a nacer. Mil novecientos setenta y ocho me pareció el perfecto, al menos al principio, porque mis dudas terminaron llevándome al mes de octubre. Después de varias semanas más pensándomelo, decidí que era el momento de nacer bajo el signo de Libra… más indecisión. Esa fue la pequeña dosis que me faltaba para llevar a mi vida años de introspección.

Mi mundo interior, igual que podía salvarme, también podía destruirme y, por eso, fue muy importante aprender la forma de usarlo para no resultar dañada.

El silencio de muchos años me ayudaron a moldear ese mundo paralelo que terminé convirtiendo en mi sitio de recreo. Tardé tiempo en descubrir que lo que allí pasaba se proyectaba al Universo a modo de peticiones que, debido a la burocracia interestelar, se terminaban resolviendo meses o incluso años más tarde.

El Ratoncito Pérez.

Papá Noel, los Reyes Magos… Creo que siempre supe la verdad sobre ellos, pero tardé más en descubrir otras. Superman, Mary Poppins, E.T, Atreyu… no sé por qué, a esos me los creía más. Vuelos sin capa, aterrizajes con paraguas, avistamientos en azoteas de plantas bajas… Un Universo repleto de fantasía y realidad y un mundo interior cada vez más sombrío.

Ruta 66.

La mía fue en los 90. Cuántas prisas por crecer teníamos todos, ¿y para qué? Correr sólo supone quemar vida, pero eso no lo sabía entonces.

Hermanos y primos le dieron el relevo a los amigos. Cuánto verso podría haber para ellos, en cambio, también “nos partimos la cara” alguna vez.

Aunque las cicatrices más profundas llegaron más tarde, los noventa, fueron el preludio del dolor que dejan algunos finales. Ya no corría detrás de una nueva década. Mis pasos eran cada vez más cortos porque si el final no era bueno, no merecía ser un final.