LA VIDA (Acto I)

La vida estaba para exprimirla, como a una naranja. Sacarle todo el jugo hasta llegar a la piel pero evitando que esta te amargue todo el zumo.

La vida estaba para echarle de comer aparte. A veces salvaje, cruel, demasiado complicada. Otras, un mar en calma en días soleados y veranos en la playa.

La vida estaba para caminar sobre ella con los pies descalzos. Para amar la rosa hasta comprender, también, sus espinas

La vida estaba para vivirla… y eso hice.

Potencialmente peligrosos

– De la calle vendrán que de tu casa te echarán.

– Bueno. mamá, tampoco es que esa sea mi casa…

– Pero tú llegaste antes… y además, te lo has ganado!

– Madre no hay más que una…

– Y a ti te encontré en la calle.

En fin, esa podría ser, perfectamente, la conversación que tendríamos… pero no está y, aún así… la tuvimos.

Indignada, lo que se dice indignada… no lo estoy… o sí… me siento más libra que nunca cuando no se para dónde se inclinará la balanza. Al final, sí lo estoy, pero me indigno por encima de mis posibilidades… Más de lo que a veces puedo aguantar. La mayor parte del tiempo por temas laborales, aunque no siempre es así. Intento creer que el ser humano es bueno por naturaleza, pero precisamente, en esta misma, observo lo rápido que crece la mala hierba que, aunque no tiene intenciones de nada más que de sobrevivir, arrasa con todo convirtiéndose en una especie invasora que asola, sin piedad, cada sitio por el que pasa.

Aunque creo que entiendo el orden de diferente manera, no creo que se consiga a través de las jerarquías, Estas generan más problemas que soluciones. Establecen diferencias entre iguales que hace que se aniquilen ideas llenando de herrumbre importantes eslabones que, al final, terminan por romper la cadena. Y si la cadena se rompe… todos sabemos lo que sucede si la cadena se rompe…

… o no?

A lo mejor nos vamos al carajo... (como diría mi abuelo)

JAQUECA LABORAL

Con lo que cuesta (dinero) y cuesta (personal) hacer una reforma y viene un jefe nuevo y mueven cielo y tierra para que todo esté a su gusto. Una vez más, siento que somos fichas (peones) en un tablero de ajedrez dónde el rey, probablemente, a penas se mueva de su casilla… a menos que se sienta amenazado.

Hay jefes a los que les gusta estar holgados. Creo que cuánto más grande tienes el despacho más poderoso te sientes… Eso me recuerda a otras comparaciones… A ver quién la tiene más larga, a ver quién mea más lejos… En fin, el caso es que los que estamos allí sacando el trabajo que, además, nadie nos manda porque cada uno sabe perfectamente lo que tiene qué hacer, estamos cada vez más apretaditos, entre corrientes de aire y desvelados por los primeros rayos de sol apuntando directamente a nuestras pantallas, y éstas, a nuestros ojos. Somos los olvidados de la seguridad laboral.

Luego hay gente que está peor. No sólo me quejo de lo mío. En primera linea han puesto a los más débiles. Personas con menos recursos para defenderse de los ataques de algunos leones que acuden a nuestra oficina. No todos son fieras, ni si quiera la mayoría lo son, pero, por estadística, entre tanta gente siempre hay más de uno. Esos son los que, normalmente, “te hacen la mañana”.

Mientras, la madre superiora sigue en su despacho, un chalet de dos plantas enfrente de muchos adosados y algún pareado que dejó la última reforma.

Al equipo se incorporan algunos aprobados a los que, sutilmente, y con algo de peloteo intentarán “sacarles el jugo”. En alguna ya he notado el cansancio por las injusticias que, cada día, surgen de los altos mandos.

Pasamos tantas horas allí que se podría decir que vivimos parte de nuestra vida en comuna. En nuestro caso, en una casa vieja donde las paredes, a veces, gritan con voces de esos que ya no están, pero que un día alzaron su voz. En algunas plantas el suelo cruje como si quisiera resistir un poco más al paso del tiempo para no arrastrarte con él. Tiene lógica, ya que, en su esencia, siempre fue un edificio muy amable.

Al fin y al cabo, todos seremos ilustres huéspedes de ese viejo hotel… o al menos, yo me encargaré de escribir parte de nuestra historia.

Rabia

En un principio pensé que se había tomado unas largas vacaciones. Pasaron los días y, luego, los meses, pero seguía sin dar señales de vida. Me parecía extraño que me hubiese abandonado definitivamente sin haber tenido antes esa conversación conmigo. Al fin y al cabo, nos conocíamos de toda la vida.

Decidí salir a buscarla. Pedirle explicaciones por tan cruel abandono. Llevaba meses de ventaja y sabía que no iba a ser fácil, pero, ¿cuándo lo es? Se me ocurrió ir dándole espacio en mi mente por si aparecía de improviso y partí sin las suficientes provisiones para sobrevivir a ese viaje en el que poco vería la luz, aún así, tampoco me preparé para ello.

La calma se había convertido en mi aliada desde hacía algunos años y deduje que ese era uno de los motivos principales por los que ella se había sentido abandonada. Nunca entendió que sus arranques me hacían daño y dejaban secuelas en mi cuerpo y en mi mente. Tatuajes que un día aparecieron en mi piel sin ningún tipo de factor externo, sólo por la suma de tantos momentos dónde ella se había manifestado de manera contundente, sin derecho a réplica. Mientras, una fila de sentimientos aguardaban pacientemente en la cola para poder forma parte de mi ser.

Pienso que, la rabia, premeditó su huida silenciosamente durante algunas semanas antes de dejarme huérfana. No entendió que, justamente, en el equilibrio era donde yo encontraría la auténtica calma. No hubo tiempo para esa conversación, aunque sí para otras. A punto de dormirme, recostada sobre mi almohada, aparecía de manera impetuosa para imponer su criterio. Prácticamente me desarmaba con su primera expresión de ira. Mi cuerpo se activaba rápidamente para terminar totalmente engarrotado. El sueño se escapaba por los pies de mi cama y salía por una ventana que solía dejar entreabierta para ver si aquella estrella fugaz que me concedió una noche un deseo volvía a pasar. A veces, eran mis lágrimas quiénes terminaban convenciéndola de que, una vez más, había ganado la batalla.

Ahora huye porque un día decidí que no participaría en otras guerras. Aún así, corro detrás de ella porque tú, la rabia, también fuiste la madre del coraje que necesité para caminar por este extraño mundo.

Ruleta

El ensordecedor ruido del silencio, la calma y el miedo. Toda la vida en pausa. Acariciando, por momentos, las yemas de los dedos de la muerte…

La ausencia de ideas nuevas, o de viejos pensamientos. El olor a tierra y a humedad. La doble capa de polvo en los libros que se perdieron entre cajas de cartón. La intensidad de esos pocos segundos donde querrías parar el tiempo, pero justamente ahí, en la mejor escena, es cuando salta la pausa y vuelve a girar el mundo. Ahora, patas arriba, es más difícil controlarlo. Tu vida queda a merced de quien lance primero los dados.