A escupir a la calle

Hace tiempo que no oigo esta frase que escuchaba mucho de pequeña. Antes no la entendía, o la entendía en el sentido literal. Ahora se que puede tener diferentes tipos de contextos.

Para mi, la mejor forma de «escupir» hoy en día ¿(o era, hoy día?… Tuve un profesor de Lengua y Literatura buenísimo, al que no le gustaba nada esta expresión. Le gustaba mucho mi manera de escribir… a pesar de la sintaxis. Es una pena que lo que no me importe no me despierte interés porque «hoy en día» me sigue pasando lo mismo, a pesar de la admiración que siento por él).

Para mi, escribir, es salir a escupir a la calle. Hace años descubrí que me servía de terapia para no tener que castigar a los demás con la sinceridad extrema, esa que no siempre se pide. Para liberar los «prontos» donde rebajar la intensidad de crispación que puede provocarte un mal día, y donde normalmente descargas con las personas que tienes a tu alrededor, y que son las que más quieres. Los seres humanos tenemos conductas muy extrañas que dependen de tantos factores que lo mejor es la introspección. Conociéndonos más a nosotros mismos podremos encontrar la manera más sana de comportarnos con los demás (salud mental para todos).

Creo que esa «fea costumbre» de escupir en la calle puede convertirse en un gesto maravilloso para encontrar algo de paz en un mundo donde la guerra y el conflicto son enfermedades que, aunque provienen de siglos atrás, se siguen padeciendo.

Si naciéramos con ciencia infusa… qué fácil sería todo.

(Guiño a A. Alais y a Teresa de Armas Marcelo).

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La mujer en la ventana

Pasaba las tardes enteras asomada a su postigo. Era lo mejor de su casa. Una ventana pequeña que hacía de gran terraza que daba a la calle. El paisaje había cambiado a través de los años, poniéndole a ella todavía más difícil, la dura tarea de saber donde estamos o quienes somos cuando olvidamos parte del paso y del peso de nuestra vida.

Todos la saludaban porque todos la conocían pero ella, la mujer más amable y bondadosa, ya no recordaba a casi nadie. Les devolvía el saludo con una enorme sonrisa y alguna frase donde se notaba el esfuerzo de pronunciar un nombre.

Había días en los que su mente la situaba en el lugar y en el tiempo adecuado, pero había otros muy crueles, donde sus únicos recuerdos se remontaban a su infancia. Se sentía una niña y buscaba a su madre. No recordaba que ya no estaba, y nunca supe si era más doloroso ser consciente cada día de esa pérdida o olvidarlo todo para recordarlo de repente y vivirlo como la primera vez.

Que rara es la memoria cuando olvida. Sentirte una extraña rodeada de la gente que más quieres y te quiere. Perder a alguien a quien ves todos los días. Intuir sin conocer, ni comprender nada.

Así la conocí. Mi recuerdo es la venganza por lo que le arrebató a ella el olvido. Porque aunque han pasado muchos años y en esa, su calle, ya no puedo encontrarla a ella, ni si quiera su ventana, su recuerdo permanece firme. Sus ojos de púpilas brillantes llenas de vida. El sonido de su voz canturreando. Su pelo blanco y suave, o incluso su caligrafía. Su amor a la vida. Su dedicación a todos. Sus extraños refranes que ahora cobran sentido. Su olor y el sonido de un postigo viejo que se abre en la memoria de todos los que la conocimos.

Cuando septiembre quizo ser el mes protagonista del año. Pasaje 1.

Durante muchos años fue Octubre el mes por excelencia para mi. Solo por el hecho de que a mediados del mismo cumplía años, fue durante mi niñez, un mes ansiado. Sinónimo de celebración, regalos, tarta, familia.

Luego, en mi adolescencia, siguió siendo el favorito, pero los motivos fueron cambiando. Octubre se convirtió en sinónimo de fiesta con amigos, en el comienzo de un invierno, que casi pasaba desapercibido aquí, en mi isla. Sin apenas darme cuenta, un día también significó el gigante salto a la mayoría de edad. Y Octubre fue también desconcierto…

Tuvieron que pasar algunos años más para considerar Septiembre el mes que le arrebató a octubre tan preciado puesto en mi memoria. Con creces se ganó el primer premio al ser el elegido para sellar un acuerdo de vida.

De mi mundo interior

Caminaba deprisa y me detuve a mirarte. En mis ojos se podía ver un mundo interior revuelto. El que ya había cultivado desde hacía muchos años, pero también el que me provocaba tu presencia.

Tú, ajena al principio a todo, seguías enloquecida por el ruido. Ruido que a mi molestaba. En el canal donde nos pretendíamos comunicar siempre ensuciaba la señal. Ese sonido muchas veces hacía que no pudiera escucharte, y hoy, a veces, sigue haciendo interferencias en nuestra vida.

Amar también es obviar el ruido. Dejar que te retumbe en la mente. Permitir que llegue a perforarte un oido. Entender por qué Van gogh se cortó una oreja. Descubrir el significado real del «Mad Love», desligado a veces de la diversión, pero no ajeno a ella. Me refiero más al recuerdo de todos tus miedos materializados en esencia… sumados a los nuevos, divididos por los viejos siendo el resultado un valor que golpea tu corazón con un fuerza directamente proporcional… al delicado peso tu cuerpo.

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