Y aunque en un principio fue la prolongación de la casa de abajo, y practicamente era el lugar a donde solo ibamos a dormir, con el paso de los años, y lo que nos arrebata, llegamos a pasar más horas en aquella casa. Hasta que después de algún tiempo, se convirtió en la única casa.
Había una enredadera que fue creciendo hasta rodear casi todo el salón. Mi madre solía cantarle a las plantas, y ellas crecían a sus anchas por aquel piso sin requerir demasiados cuidados.
Había un mueble, el típico mueble de salón con un hueco para la tele, y que servía también de soporte de un montón de figuras con las que antiguamente se iban rellenando los espacios, y que se colocaban a veces a modo de trofeo. Unas baldas pensadas para colocar libros, porque en casi todas las casas había alguna de esas enciclopedias que siempre te vendían con un goloso regalo (ahora artículo barato de cualquier tienda de todo a un euro). Mueble que un día, mi padre, tuvo la idea de cortar por detrás con una sierra para poder pasar los cables de la tele, el video, y no recuerdo que más. Dejando de recuerdo un imperfecto cuadrado hecho a serrucho y sellado luego con esparadrapo. Quizás la pobreza entrañe cierto peligro. Aquella gran escalera de madera de la casa de abajo, los trabajos de carpintería, y electricidad a manos de no profesionales… una hija encontrada entre bolsas de basura. Ser la más pequeña también entraña ciertos peligros… pero lo recuerdas de manera entrañable, como tus padres recordaban su infancia, una mezcla de tristeza y felicidad.
El olor a comida, en cambio, siempre estuvo más presente en la casa de abajo. No se si fueron más años, pero fueron esos años donde la memoria prepara una habitación especial para algunos recuerdos, un espacio acojedor dentro de una casa idílica de donde nunca nadie querría escapar… más ahora que antes.
Pero mi habitación siempre estuvo en la casa de arriba. No tengo sueños, ni pesadillas que recordar en la casa de mis abuelos. Los fantasmas de la noche solo vivían arriba. Pero me sentía cómoda allí. Estaban mis padres, y mis hermanos mayores, para mi los superhéroes de mi infancia… luego aparecieron Super Man, Super Ratón, Popeye y Mary Poppins. Los consejos de mi madre para atraer el sueño y las boberías de mi padre, que casi siempre me hacían reir, fueron la terapia para mis miedos nocturnos.
El papel pegado en las paredes que un día decimos quitar entre todos. Una capa de pintura, un salón nuevo y una pequeña reforma en baño y cocina la convirtió en un nuevo hogar, pero sin darme cuenta, habia desaparecido parte de mi vida, de mi infancia, de mi preciosa rutina donde pasaba las tardes en la casa de abajo y las noches en la casa de arriba.
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