Recupero frases perdidas
entre las llamas de un incendio provocado.
Arden las palabras que escribimos,
Y es extraño, te aseguro que es extraño.
Por la ventana se cuelan cenizas,
Restos de aquel fuego cruzado.
Tuviste valor para avivar las llamas
pero no para apagarlo.
Y es extraño, te prometo que fue extraño.
Veo como la gente se mata,
igual que tú y yo nos matamos.
Escupiendo con fuerza palabras
que como dagas se clavaron.
Es extraño, el dolor también lo extraño.
Detrás de ti, estaba yo,
Y detrás de mi no había nada.
Entonces sopló fuerte el viento
dejando restos de mi, en tu cara.
Cenizas que fueron fuego,
Y es extraño que también tú fueras un extraño.
Silvia cerró el cuaderno que guardaba en el primer cajón de la mesita de noche del lado izquierdo de su cama. Una libreta pequeña de tapa azul en la que Bruno había pintado una niña rubia con una sonrisa de oreja a oreja y una cartera gigante en su mano izquierda. Vestía una bata azul de cuadros. Hasta aquella noche no había reparado en un detalle, en su babi había dibujado un nombre en forma de bordado, Charlotte.
– ¿Charlotte? En mi infancia nunca se me hubiese ocurrido ese nombre, y mucho menos lo hubiese escrito bien. Probablemente, la hubiese llamado Lola, María, Ana… o quizás, Carlota pero, ¿Charlotte?¿Cómo es que no lo había visto antes?
Bruno era así, una caja de sorpresas. Silvia lo sabía, y lo apreciaba. Cuidaba de su fantasía. Hay que dejar que los niños disfruten el mayor tiempo posible de su infancia. Sin sobre protegerlos, pero sin descuidarlos. Estando presentes pero, a su vez, dejándolos libres.
Guardó su libreta dejando sus pensamientos para mañana. Comprobó que la alarma de su reloj estaba puesta a la misma hora de siempre, y se acostó. Que su cuerpo estuviera en reposo no significaba que su mente también lo estuviera. El solo hecho de intentar no pensar en nada hacía que su cabeza se disparara.
Escribía frases cada noche en su libreta. “Cartas a…” así las llamaba porque sabía que se las dirigía a alguien pero no sabía a quién. Recordó aquella imagen que vio en el espejo del baño de la segunda planta y pensó: “¿Y si son para él?”