
«Caramelos Chimos»… Seguí a aquella niña que abría un paquete de caramelos que hacía años que no veía. Tenía un aspecto gracioso. Sus ojos no eran grandes pero sí su mirada. Corría por todos los puestos abriendo esos ojos con gesto de alegría y asombro, mientras cogía varios caramelos y se los colocaba en sus dedos como si fueran anillos para luego comérselos según su criterio de colores. De pronto se agarró a la mano de un señor que no había dejado de seguirla con la mirada. Imaginé que era su padre. En cierto modo se parecían, pero no sólo físicamente sino en su manera de moverse.
La niña parecía sorprenderse con cada cosa que veía. Era como si hubiese pasado mucho tiempo encerrada y de repente la sacaran al mundo. Quizás poseía ya una personalidad de lo más entusiasta. «Deberíamos ser más como ella» Agradecidos con cada momento de felicidad que experimentamos, y de los que no siempre somos conscientes. A lo mejor esa niña tan pequeña tenía un gran mensaje que enseñarnos.
La carrera me había dado sed. Quise comprar un refresco pero me di cuenta de que no llevaba dinero encima, así que volví a acercarme a la pila donde se había formado una pequeña cola de gente que quería refrescarse con esa agua tan fresquita. Era la cuarta, y delante de mi, una señora que me llamó la atención. Otra vez esa sensación de reconocer a alguien. No era su cara sino más bien lo que proyectó en mi al girarse y mirarme a los ojos. Luego me sonrió y en su gesto, me pareció entender una señal de complicidad, como si a ella le hubiese pasado lo mismo pero sin tanto desconcierto.
Me fijé aún más en ella. En su pelo, en su piel. Parecía una persona amable. Por su aspecto debía tener mi edad pero yo me veía pequeña a su lado. No joven, pequeña, pueril, indefensa… pero con tan solo pararme detrás de ella me sentí segura en aquel sitio.
Se dio la vuelta y me miró a los ojos. “¿Quieres pasar primero, Carmen? La pregunta me dejó helada, ¿cómo es posible que supiera mi nombre? Me giré para ver si alguien más se había colocado detrás de mi. Cuando me di la vuelta lo que vi me dejó aún más atónita. La calle que hasta hacía pocos segundo estaba llena de gente y de puestos ambulantes quedó desierta. Ni rastro de la niña, ni del padre… Y al girarme, tampoco de aquella mujer que me había llamado por mi nombre. Parecía un sueño, o más bien una pesadilla. Sin recordar haberme servido nada, observé que tenía un vaso de agua en mi mano. Tenía la garganta seca y el corazón me iba a mil. Bebí nuevamente del vaso, y me volví a servir otro, ahora de manera totalmente consciente del acto. “Bebe despacio, verás que bien te sienta”. La misma señora que se había esfumado de la escena volvía a aparecer a mi lado sonriéndome. Miré a mi alrededor y todo lo que había desaparecido volvía estar en el mismo sitio. Parecía que la imagen se había congelado. Incluso entre tanta gente, volví a encontrar a la niña, con su padre y su paquete de caramelos Chimos.