En mi vida pasada tomé una pluma para poder escribirte.
Robé un lienzo para intentar dibujarte.
Maté a un cuervo por no trasladarte mis besos.
Y talé un árbol por no recordar la promesa de un te quiero.
Observo cada planta de ese viejo edificio intentando ver la belleza de lo que un día fue. Desde mi ventana no puedo escuchar el ruido de la gente, y ellos, no pueden escuchar el sonido de quien les susurra a cada paso. Lo que antes fue un retiro de paz y descanso, ahora se ha convertido en un lugar de “descanso en paz”. No ha perdido el misterio pero sí su encanto, y lo más valioso que queda eres tú.
Nos alojamos en la tercera planta, donde ahora se tramitan las licencias. Verano, 1921… Lo repetimos cada año hasta que nos convertimos en parte de la historia. Es difícil que lo recuerdes con tanto escándalo.
Me mudé justo en frente para poder saludar a los niños. Se que si cierras los ojos e intentas escuchar el sonido de una risa será la de ellos. Nos conocemos, claro que nos conocemos, aunque ahora nos hayamos visto solo un par de veces.
Te encantaba despertarte temprano para disfrutar de ese delicioso desayuno. Me encantaba verte disfrutar con cada bocado. En la primera planta puedo escuchar aún el sonido de los platos, de cubiertos que se caen al suelo, el crepitar de los fogones. Puedo sentir el calor, percibir el olor e incluso, a veces, puedo tropezarme contigo.
Nos hemos querido tanto, y de tantas maneras, que ya perdí la cuenta de las veces que cambió tu cara. De las diferentes vidas que vivimos. De las distintas escenas, paisajes, personas que guardamos en nuestra memoria. Y siempre me encontrabas, o te encontraba. Solo cambiaban los diferentes momentos de nuestras vidas.
Hoy tenemos este. Y ahora mismo es lo máximo que te puedo contar porque lo que tampoco cambia es mi discurso. Te conozco, y tú a mi. Sabemos como termina esto. Lo importante es empezar cuanto antes.