Eterno

Cerró los ojos para agudizar sus otros sentidos. Metió las manos en los bolsillos de su ancho abrigo y caminó hacia adelante pero, aún así, seguía muy lejos de aquel abrazo.

Los abrió para saber que permanecía allí, inerte, y probó a mirarlo fijamente con la única intención de intimidarlo pero no tardó ni dos segundos en dar un paso atrás en ese absurdo intento de atraerlo.

Se sintió Frida sin Diego, enloquecida. Creyó ser la antagonista de aquel sueño en el que sumergida en una realidad casi fingida se sentía producto de la imagen que formaron en su mente esos dos cuerpos.

Y otra vez imaginó el abrazo. Pueril, cariñoso, erótico, o quizás, eterno.
En una pared, colgado, solo era un cuadro pero para la mujer que lo miraba era más que un lienzo.
Papel arrugado que tiran al suelo. Como arrugadas estaban las manos que lo mimaron.
Ahora se miran de cerca, en silencio.
Tan solo callados se tocan sus labios.
Cuando solo parece solamente pero es SOLO.
Como ella, Soledad, que sola envuelve.
Por fin sus dedos acariciaron sus manos.
Y de tinta quedaron sellados sus besos.
El Abrazo, Gustavo Klimt

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El mundo que dejamos

No es el mundo que nos dejaron a nosotros, pero probablemente, tampoco el que les dejaron a ellos.

La vida en un bucle donde tropezamos con las mismas piedras que ya tropezaron otros, incluso más de una vez, y en lugar de apartarlas del camino, añadimos otras que trajimos en los zapatos y que también se quedaron ahí.

Y ahora, el mundo está cada vez más del revés. Ni pandemias, ni crisis, ni la promesa de una nueva era… nada hace que el ser humano de un giro de ciento ochenta grados con el mundo porque no bailamos la misma melodía. A veces, ni si quiera estamos en el mismo salón, y lo que para algunos es música, para otros, ruido. El sonido, el mismo, el latido de la tierra. Su frecuencia también se puede sintonizar, pero no en la radio. Esa «música» sonará siempre de diferente manera para cada uno de nosotros porque somos tan iguales como distintos, y muy circunstanciales. Y a veces, como aquella fuente luminosa, un espectáculo de agua y luces al compás de una canción. Otras, actuando cómo una vela, con una base firme que con el tiempo, también terminará desapareciendo. Y una pequeña llama que si soplan con cuidado, se reaviva, pero si lo hacen con demasiada fuerza, se apaga. Si al final solo queda cera habremos sabido controlar la llama, pero si aún queda parte de la vela pero es imposible prenderla, quizás es porque no supimos alargar su luz. Al fin y al cabo, un trabajo de todos.

Diferentes mundos

Cómo cambia la visión del mundo a medida que avanzamos por él… que no siempre con él. Tras un ejercicio de contemplación me doy cuenta de que en la infancia, se podía parecer bastante a una película de Walt Disney. En la adolescencia podía mezclar escena de Spielberg con cualquier comedia romática de los noventa, y ahora, es dificil observarlo con la inocencia de un niño, aunque a veces parezcamos dibujos animados que se mueven al antojo de la mano de su creador.

También es fácil ponernos una banda sonora dependiendo de los acontecimientos que vayan sucediendo en nuestra vida. Quizás en algún momento pudimos pensar que la nuestra era la digna merecedora de ese premio tan codiciado en el mundo del cine. O tal vez lo pudo ser ese guión que nos marcaron en algún momento determinado de nuestra vida y que aprendimos como alumnos disciplinados.

De repente el mundo se tambalea porque cuando no hay equilibrio es muy complicado mantener la templanza. Si no encuentras la estabilidad probablemente termines cayendo pero es un ejercicio de todos mantener la balanza justo en ese punto donde además todos nos podamos ver las caras. No es fácil mirarse a los ojos cuando unos están arriba, otros en medio, y otros debajo. Esto se vuelve aún mas complicado cuando las proporciones tampoco son equilibradas. El peso de alguno de esos grupos terminará poniendo la nota discordante en la melodia la vida. Y así, al final, cada uno bailará su propia canción sin importar, ni si quiera, si los demás sienten el ritmo.

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