No es el mundo que nos dejaron a nosotros, pero probablemente, tampoco el que les dejaron a ellos.
La vida en un bucle donde tropezamos con las mismas piedras que ya tropezaron otros, incluso más de una vez, y en lugar de apartarlas del camino, añadimos otras que trajimos en los zapatos y que también se quedaron ahí.
Y ahora, el mundo está cada vez más del revés. Ni pandemias, ni crisis, ni la promesa de una nueva era… nada hace que el ser humano de un giro de ciento ochenta grados con el mundo porque no bailamos la misma melodía. A veces, ni si quiera estamos en el mismo salón, y lo que para algunos es música, para otros, ruido. El sonido, el mismo, el latido de la tierra. Su frecuencia también se puede sintonizar, pero no en la radio. Esa «música» sonará siempre de diferente manera para cada uno de nosotros porque somos tan iguales como distintos, y muy circunstanciales. Y a veces, como aquella fuente luminosa, un espectáculo de agua y luces al compás de una canción. Otras, actuando cómo una vela, con una base firme que con el tiempo, también terminará desapareciendo. Y una pequeña llama que si soplan con cuidado, se reaviva, pero si lo hacen con demasiada fuerza, se apaga. Si al final solo queda cera habremos sabido controlar la llama, pero si aún queda parte de la vela pero es imposible prenderla, quizás es porque no supimos alargar su luz. Al fin y al cabo, un trabajo de todos.
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