El fin de un verano en invierno

El silencio de la noche estremecía como un apasionado beso, una delicada caricia, o el primer bocado de tu plato favorito.

No me apetecía volver al ruido de la ciudad, la cárcel de la libertad. Volver a la esclavitud de un reloj, de un trabajo, de un teléfono. Prisioneros sociales en un mundo tan grande que te da la sensación de libertad. Descubro en mi mente una ventana entreabieeta que me permite escapar a una vida más amable. Cielos despejado, majestuosas montañas, increíbles atardeceres… Y al otro lado, guerra, caos, destrucción. Seres humanos encoletizados con su propia esencia. Personas que no permiten a otros la contemplación de un mundo hermoso solo porque eso les hace sentirse más poderosos.

Pero si nos dejan, si los dejan, quizás puedan verlo, disfrutarlo y acariciarlo con sus dedos. Respeto, empatía y compresión son los pilares del entendimiento. Esta claro que no somos todos iguales, ni pensamos de la misma manera, ni nos gustan las mismas cosas pero no por eso hay que aniquilar al otro. Lo que nos parece diferente, nos asusta. El miedo nos hace actuar de la manera más imprevisible, pero precisamente en esa diversidad está la belleza.

El mundo es un lugar increiblemente hermoso y mágico, pero en la magia todo tiene truco.

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El mundo que dejamos

No es el mundo que nos dejaron a nosotros, pero probablemente, tampoco el que les dejaron a ellos.

La vida en un bucle donde tropezamos con las mismas piedras que ya tropezaron otros, incluso más de una vez, y en lugar de apartarlas del camino, añadimos otras que trajimos en los zapatos y que también se quedaron ahí.

Y ahora, el mundo está cada vez más del revés. Ni pandemias, ni crisis, ni la promesa de una nueva era… nada hace que el ser humano de un giro de ciento ochenta grados con el mundo porque no bailamos la misma melodía. A veces, ni si quiera estamos en el mismo salón, y lo que para algunos es música, para otros, ruido. El sonido, el mismo, el latido de la tierra. Su frecuencia también se puede sintonizar, pero no en la radio. Esa «música» sonará siempre de diferente manera para cada uno de nosotros porque somos tan iguales como distintos, y muy circunstanciales. Y a veces, como aquella fuente luminosa, un espectáculo de agua y luces al compás de una canción. Otras, actuando cómo una vela, con una base firme que con el tiempo, también terminará desapareciendo. Y una pequeña llama que si soplan con cuidado, se reaviva, pero si lo hacen con demasiada fuerza, se apaga. Si al final solo queda cera habremos sabido controlar la llama, pero si aún queda parte de la vela pero es imposible prenderla, quizás es porque no supimos alargar su luz. Al fin y al cabo, un trabajo de todos.

Perdida

De Camino…

«Caramelos Chimos»… Seguí a aquella niña que abría un paquete de caramelos que hacía años que no veía. Tenía un aspecto gracioso. Sus ojos no eran grandes pero sí su mirada. Corría por todos los puestos abriendo esos ojos con gesto de alegría y asombro, mientras cogía varios caramelos y se los colocaba en sus dedos como si fueran anillos para luego comérselos según su criterio de colores. De pronto se agarró a la mano de un señor que no había dejado de seguirla con la mirada. Imaginé que era su padre. En cierto modo se parecían, pero no sólo físicamente sino en su manera de moverse.

La niña parecía sorprenderse con cada cosa que veía. Era como si hubiese pasado mucho tiempo encerrada y de repente la sacaran al mundo. Quizás poseía ya una personalidad de lo más entusiasta. «Deberíamos ser más como ella» Agradecidos con cada momento de felicidad que experimentamos, y de los que no siempre somos conscientes. A lo mejor esa niña tan pequeña tenía un gran mensaje que enseñarnos.

La carrera me había dado sed. Quise comprar un refresco pero me di cuenta de que no llevaba dinero encima, así que volví a acercarme a la pila donde se había formado una pequeña cola de gente que quería refrescarse con esa agua tan fresquita. Era la cuarta, y delante de mi, una señora que me llamó la atención. Otra vez esa sensación de reconocer a alguien. No era su cara sino más bien lo que proyectó en mi al girarse y mirarme a los ojos. Luego me sonrió y en su gesto, me pareció entender una señal de complicidad, como si a ella le hubiese pasado lo mismo pero sin tanto desconcierto.

Me fijé aún más en ella. En su pelo, en su piel. Parecía una persona amable. Por su aspecto debía tener mi edad pero yo me veía pequeña a su lado. No joven, pequeña, pueril, indefensa… pero con tan solo pararme detrás de ella me sentí segura en aquel sitio.

Se dio la vuelta y me miró a los ojos. “¿Quieres pasar primero, Carmen? La pregunta me dejó helada, ¿cómo es posible que supiera mi nombre? Me giré para ver si alguien más se había colocado detrás de mi. Cuando me di la vuelta lo que vi me dejó aún más atónita. La calle que hasta hacía pocos segundo estaba llena de gente y de puestos ambulantes quedó desierta. Ni rastro de la niña, ni del padre… Y al girarme, tampoco de aquella mujer que me había llamado por mi nombre. Parecía un sueño, o más bien una pesadilla. Sin recordar haberme servido nada, observé que tenía un vaso de agua en mi mano. Tenía la garganta seca y el corazón me iba a mil. Bebí nuevamente del vaso, y me volví a servir otro, ahora de manera totalmente consciente del acto. “Bebe despacio, verás que bien te sienta”. La misma señora que se había esfumado de la escena volvía a aparecer a mi lado sonriéndome. Miré a mi alrededor y todo lo que había desaparecido volvía estar en el mismo sitio. Parecía que la imagen se había congelado. Incluso entre tanta gente, volví a encontrar a la niña, con su padre y su paquete de caramelos Chimos.

Diferentes mundos

Cómo cambia la visión del mundo a medida que avanzamos por él… que no siempre con él. Tras un ejercicio de contemplación me doy cuenta de que en la infancia, se podía parecer bastante a una película de Walt Disney. En la adolescencia podía mezclar escena de Spielberg con cualquier comedia romática de los noventa, y ahora, es dificil observarlo con la inocencia de un niño, aunque a veces parezcamos dibujos animados que se mueven al antojo de la mano de su creador.

También es fácil ponernos una banda sonora dependiendo de los acontecimientos que vayan sucediendo en nuestra vida. Quizás en algún momento pudimos pensar que la nuestra era la digna merecedora de ese premio tan codiciado en el mundo del cine. O tal vez lo pudo ser ese guión que nos marcaron en algún momento determinado de nuestra vida y que aprendimos como alumnos disciplinados.

De repente el mundo se tambalea porque cuando no hay equilibrio es muy complicado mantener la templanza. Si no encuentras la estabilidad probablemente termines cayendo pero es un ejercicio de todos mantener la balanza justo en ese punto donde además todos nos podamos ver las caras. No es fácil mirarse a los ojos cuando unos están arriba, otros en medio, y otros debajo. Esto se vuelve aún mas complicado cuando las proporciones tampoco son equilibradas. El peso de alguno de esos grupos terminará poniendo la nota discordante en la melodia la vida. Y así, al final, cada uno bailará su propia canción sin importar, ni si quiera, si los demás sienten el ritmo.

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