El Mercadillo Inglés.

A través de la ventana se cuela el murmullo de la gente y su paso acelerado hacia el interior del mercadillo de un precioso vivero que han abierto debajo de mi casa.

Diferentes puesto decoran un aparcamiento vacío de coches donde han colocado varias mesas y, alrededor, unas sillas estilo vintage para que los visitantes puedan sentarse a degustar alguno de los productos que ofrecen.

Las plantas no son las atracción principal, al menos los primeros domingos de cada mes, donde se dan cita para celebrar el día del mercadillo inglés.

¿Por qué lo llaman mercadillo inglés si está en pleno corazón de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria? Desde aquí puedo observar los diferentes puestos dedicados a la gastronomía: mermelada de tunos, mojos de diferentes tipos, dulces de Tejeda, bisutería, artesanía, cosmética… Sigo buscando el sello inglés a través de mi ventana y consigo leer en un cartel los precios de los ticket de comida: paella, croquetas, ropa vieja, jamón, tortilla… nada de «fish and chips»

En el interior del vivero han colocado algunas casetas con ropa. Sombreros, pañuelos, bolsos, y otros complementos cuelgan de sus pechas pero todo sigue pareciéndome «muy de aquí».

Ni si quiera las papas que se usan para arrugar son las «King Edward» sino «las del país» Lo único inglés que encuentro cerca es el British Club con quien comparte ubicación. Este sitio es lo más inglés que hay en toda la calle. Es bar, es restaurante, es un club de lectura, y fue lugar de encuentro para las primeras colonias de comerciantes de las islas británicas, y actualmente, sigue conservando su esencia.

Aún así, el vivero y lo que organizan en torno a él, es bonito, pero no inglés. Se llena de gente los primeros domingos de cada mes. Música en vivo amenizando el ambiente, y algo de ruido. Ese que se cuela a través de mi ventana como un hilo musical que no puedes apagar. Que me trae invitados diferentes los primeros domingos de cada mes y con los que, de vez en cuando, me entretengo imaginando ser la guionista de sus vidas.

Anuncio publicitario

Planta once

Subimos a la última planta del edificio, la capilla. Aquel ascensor no solo era viejo sino que parecía el escenario de una película de terror. Más de una vez vi a mi padre meter el brazo entre las puertas de una manera bastante imprudente para evitar que se cerraran de golpe. También lo hacía para recuperar las chocolatinas que se quedaban atascadas en esas máquinas expendedoras que había antes. Esto me ha hecho recordar un anuncio muy antiguo donde una especie de súper héroe estiraba el brazo de una manera sobrenatural para promocionar su kilométrico chicle.

Ani, Airam y yo habíamos llegado. Cuando se abrieron las puertas del ascensor nos sorprendió la oscuridad de aquella planta. No se qué pasa con los últimos pisos de algunos edificios, pero también ocurre con la séptima y última planta del Corte Inglés de Mesa y López. Cuando llegas allí parece que has cambiado de tienda, o incluso de época, o de mundo. De pequeña me daba miedo subir allí. Pasabas de un escándalo de luces a una iluminación extremadamente tenue. Hacía más frío que en el resto del edificio, incluso los dependientes parecían de otra dimensión. Creo que era la planta de «oportunidades», y yo siempre que la tenía, la evitaba.

Estábamos en la Capilla, y decidimos entrar a rezar. Ani era la mayor, tenía diez años, y Airam y yo, nueve. Nos sentíamos pequeños exploradores. Influenciados por películas como los Goonies, Regreso al Futuro, La Historia Interminable… nos adentramos por un lúgrube pasillo buscando una puerta.

«Tú primero. No, tú primero. Tu eres el niño, así que tú vas primero. Las niñas y los enfermos primero. Yo soy la más chica, no voy a pasar primero. Anda, quita, miedoso». En realidad los tres éramos bastante valientes, pero nos encantaba «picarnos». Al final, Ani, que era la más madura de los tres, tomó la iniciativa. Abrió la puerta y entró. Airam y yo la seguimos. Era una sala muy pequeñita pero perfectamente cuidada. La imagen de Jesucristo en la cruz nos impresionó de tal manera que nos quedamos petrificados. Supongo que la magnitud de aquella representación en comparación con el tamaño de la sala nos resultó imponente. Cinco filas de bancos muy bien alineadas, y un pequeño rinconcito donde podías encender unas velas, y flores, muchas flores. Olía bien. El único sitio que olía bien de aquel enorme edificio.

Elegimos la tercera fila. Nos pusimos de rodillas, juntamos las palmas de las manos, y nos quedamos en silencio. Imagino que cada uno rezó lo que mejor sabía. En mi caso siempre era un Padre nuestro, luego el Dios te salve María, y después un Gloria al Padre… En mis momentos de más atrevimiento me inventaba un Credo, pero lo habitual era eso.

Después de sentirnos en paz con Dios volvimos a los ascensores, pero no con la intención de bajar sino con la de ser los guardianes de la escalera. Estábamos en la undécima planta, y la gente que estaba en la primera, la cafetería, parecía muy muy pequeñita. Nosotros habíamos subido con un objetivo, que en realidad no era la Capilla, pero nos pareció que antes de lo que íbamos a hacer debíamos pasar por allí. Habíamos subido toda clase de chucherías. Chocolate, caramelos de cristal, pastillas de goma, el kilométrico chicle, y algunsa bolsitas de papas (de las de cinco duros) que no llegaron a su destino. Y allí, atrincherados en la escalera de la última planta del hospital pasamos muchas tardes jugando a ser soldados que disparaban pastillas de gomas a quienes parecían hormigas tomando café.

El fin de un verano en invierno

El silencio de la noche estremecía como un apasionado beso, una delicada caricia, o el primer bocado de tu plato favorito.

No me apetecía volver al ruido de la ciudad, la cárcel de la libertad. Volver a la esclavitud de un reloj, de un trabajo, de un teléfono. Prisioneros sociales en un mundo tan grande que te da la sensación de libertad. Descubro en mi mente una ventana entreabieeta que me permite escapar a una vida más amable. Cielos despejado, majestuosas montañas, increíbles atardeceres… Y al otro lado, guerra, caos, destrucción. Seres humanos encoletizados con su propia esencia. Personas que no permiten a otros la contemplación de un mundo hermoso solo porque eso les hace sentirse más poderosos.

Pero si nos dejan, si los dejan, quizás puedan verlo, disfrutarlo y acariciarlo con sus dedos. Respeto, empatía y compresión son los pilares del entendimiento. Esta claro que no somos todos iguales, ni pensamos de la misma manera, ni nos gustan las mismas cosas pero no por eso hay que aniquilar al otro. Lo que nos parece diferente, nos asusta. El miedo nos hace actuar de la manera más imprevisible, pero precisamente en esa diversidad está la belleza.

El mundo es un lugar increiblemente hermoso y mágico, pero en la magia todo tiene truco.

Amanecer truncado

Cuando todo se reduce a nada.
Y la nada se reduce a miedo.
Empañando con gotas de lluvia el cristal que los separa.

Confiada noche que da paso a una mañana.
Confiada luna, confiada dama.

Rojo cielo dibujado en tu delgada almohada.
Delicado instante que se desvanece en nada.

Mientras escucho el silencio
Y acaricio tu cara.
Se esfuma en el tiempo,
Se pierden las alas.
Se acaba el momento...
Se mueren las ganas.

La Belleza

De tus ojos, de tu pelo.
De tus manos acariciando las mias.
Del color que tienen los dias a tu lado.
Del dulce sabor de tus besos.
Del suave sonido de tus pasos.
caminando este corto pasillo
que nos lleva al calor de ese abrazo.
De tu piel en mi piel, abrigo.
De mi piel a tu piel, un trazo.

El mundo que dejamos

No es el mundo que nos dejaron a nosotros, pero probablemente, tampoco el que les dejaron a ellos.

La vida en un bucle donde tropezamos con las mismas piedras que ya tropezaron otros, incluso más de una vez, y en lugar de apartarlas del camino, añadimos otras que trajimos en los zapatos y que también se quedaron ahí.

Y ahora, el mundo está cada vez más del revés. Ni pandemias, ni crisis, ni la promesa de una nueva era… nada hace que el ser humano de un giro de ciento ochenta grados con el mundo porque no bailamos la misma melodía. A veces, ni si quiera estamos en el mismo salón, y lo que para algunos es música, para otros, ruido. El sonido, el mismo, el latido de la tierra. Su frecuencia también se puede sintonizar, pero no en la radio. Esa «música» sonará siempre de diferente manera para cada uno de nosotros porque somos tan iguales como distintos, y muy circunstanciales. Y a veces, como aquella fuente luminosa, un espectáculo de agua y luces al compás de una canción. Otras, actuando cómo una vela, con una base firme que con el tiempo, también terminará desapareciendo. Y una pequeña llama que si soplan con cuidado, se reaviva, pero si lo hacen con demasiada fuerza, se apaga. Si al final solo queda cera habremos sabido controlar la llama, pero si aún queda parte de la vela pero es imposible prenderla, quizás es porque no supimos alargar su luz. Al fin y al cabo, un trabajo de todos.

Soledad en estado puro

Dicen que nacemos solos… primera mentira porque, primero, nacemos gracias a los empujes de nuestras madres. Nacemos con mucho dolor, con total seguridad, al menos, por una de las partes. Es raro no soltar el primer llanto nada más salir de nuestro sitio de confort durante nuestros 9 primeros meses de vida. Y además de todo eso, la gran mayoría de las veces nacemos con la ayuda de manos expertas, sean médicos, comadronas o algún familiar/amigo/vecino… con conocimientos del tema, que haya asistido algún parto, que sea el que primero pasaba por allí… Esto puede cambiar según la época.

Por otro lado, también creo que tenemos cierta autonomía al nacer. Quizás unos más que otros. Tal vez, esta sea adquirida después de algunos meses o años de vida, o puede que la experiencia te devuelva al origen de esos meses de gestación donde oías voces sin saber de donde venían o sentías sin tener la capacidad de ver. Donde el oxígeno y la luz del mundo exterior te arrebatan la memoria para despertarte otros sentidos.

El caso es que la soledad en estado puro para mi surge de un mundo interior que generalmente idealizas. Como lo hacías antes de que cortaran ese cordón, antes de ver la luz, antes de oir tu primer llanto o antes de escuchar esa cálida voz.

La soledad es un cúmulo de experiencias que te exigen más de lo que a veces nosotros sabemos dar. Si implicas a los demás en tu soledad pero aún así te sientes solo, tendrás que seguir el latido que acompaña a tu corazón. «Sólo» es cuestión se seguir el mismo ritmo.

Cuando septiembre quizo ser el mes protagonista del año. Pasaje 1.

Durante muchos años fue Octubre el mes por excelencia para mi. Solo por el hecho de que a mediados del mismo cumplía años, fue durante mi niñez, un mes ansiado. Sinónimo de celebración, regalos, tarta, familia.

Luego, en mi adolescencia, siguió siendo el favorito, pero los motivos fueron cambiando. Octubre se convirtió en sinónimo de fiesta con amigos, en el comienzo de un invierno, que casi pasaba desapercibido aquí, en mi isla. Sin apenas darme cuenta, un día también significó el gigante salto a la mayoría de edad. Y Octubre fue también desconcierto…

Tuvieron que pasar algunos años más para considerar Septiembre el mes que le arrebató a octubre tan preciado puesto en mi memoria. Con creces se ganó el primer premio al ser el elegido para sellar un acuerdo de vida.

Memoria de una ciudad dormida

En el recuerdo de una mujer con nostalgia de la niña que fue. En su interior a veces le grita y le indica alguna dirección, le pone fecha y hora a su cita pero la mujer, se pierde en el mismo instante que necesita poner el GPS para llegar a ella.

Quizás parte de mi herencia haya quedado en un papel que se ha ido deteriorando con en tiempo. Invisible ya la tinta con la que apuntaba el camino para volver a casa.

Desintegradas ya sus notas como las migas de pan, y el olvidado el sendero… aquella pulgarcita tampoco supo regresar al hogar donde debió crecer. Así que inventó otros, y en su mente, aún recuerda a aquella niña sin reconocer ya a la mujer.

De las últimas semanas

¿Sigue siendo el fútbol el opio del pueblo? Actualmente existen nuevos estupefacientes para mantener a parte de nuestra sociedad dormida, pero la salida de Messi del F.C Barcelona, vuelve a dejar latente cuál es el verdadero sedante del pueblo. La polémica salida del futbolista argentino ha provocado numerosas reacciones. La televisión, los periódicos y como no, las redes sociales. Estas últimas quizás se han convertido en otro elemento indispensable para mantener a la gente distraída, con la diferencia de que el buen uso que se haga de ellas puede mantenernos más despiertos que dormidos, más alertas que distraídos, más presentes que ausentes… y también, más informados. Pues eso, de estos dias de fútbol, que el 10 será el 30 y que dolió, y seguirá doliendo. Ahora el tango se bailará más en París.

A %d blogueros les gusta esto: