– ¡Siguiente!
– Hola. Vengo a devolver este libro.
– A ver, “Matemáticas I. Perfecto. Marta Tomates, ¿verdad?
– Lechuga – respondió la chica con cara de pocos amigos.
El auxiliar volvió a mirar la nota que aparecía en su cuaderno de “libros prestados” y, luego, miró la pantalla de su ordenador entendiendo lo que había pasado e intentando disimular de la mejor manera.
– Perdona. Espero que el libro te haya ayudado, ¿te vas a llevar otro?
– No, solo quería devolver este – respondió ella suavizado la expresión de su cara después de interpretar lo ocurrido como una broma. Quizás con muy poco gusto viniendo de un desconocido, pero al fin y al cabo, sólo era eso.
– Pues… gracias, Marta. Mi compañero y yo estamos aquí para lo que necesites – comentó el chico algo nervioso. – De hecho, fue él quien registró el préstamo a tu nombre… Se ha cogido un resfriado horrible y no ha podido venir hoy… – mientras seguía excusándose con la chica se fijó en la enorme cola que se había formado en el pasillo. Él se ponía cada vez más nervioso. Marta se impacientaba, y la gente del pasillo empezaba a formar jaleo.
– Oye… – interrumpió la chica mientras señalaba la plaquita que tenía sobre su mesa, al otro lado del cristal – Pablo. Yo llego cinco minutos tarde a clase y tú tienes una cola que llega hasta la cafetería… ¿terminamos ya con esto?
– Claro, perdona. Gracias por usar nuestro servicio. – dijo queriendo poner fin a esa embarazosa situación.
– Ciao – se despidió la chica, dedicándole una tímida sonrisa y dando por concluida la relación.
Marta Tomates… – se quedó pensando – ¡joder, Lechuga! Esta no se la perdono – dijo en voz baja refiriéndose a su compañero, Rafa, un tipo bastante burletero, por lo que enseguida se dio cuenta de que esa nota de “Marta Tomates” era una ocurrencia de su mente en el momento de registrar el préstamo. Algo que, probablemente, no pensaba compartir… o sí…
– Perdona, ¿te queda mucho? – le preguntó el siguiente estudiante que esperaba su turno.
Se había quedado a solas con su pensamiento y ni si quiera se había dado cuenta de que seguía allí, en su puesto de trabajo, con una enorme cola de estudiantes esperando por él. Solo fueron cinco minutos con Marta. Cinco minutos de conversación que le habían parecido horas. Tiempo suficiente para que quedara grabada en su mente. – al final tendré que darle hasta las gracias al capullo este – murmuró refiriéndose a su compañero.
– Siguiente – dijo por fin, todavía con voz temblorosa.
Reblogueó esto en RELATOS Y COLUMNAS.
Me gustaLe gusta a 1 persona