A Isabel siempre le había encantado ese cofre que escondía su abuela en el armario. Su madre murió cuando tenía 4 años y su padre volvió a contraer matrimonio meses más tarde con una mujer con la que inmediatamente tuvo descendencia, otra niña, a la que llamaron Clara. Isabel tenía 7 años cuando nació su hermana. Para ella ese fue, sin duda, el final de su reinado.
A pesar de que sus abuelos seguían tratándola con el mismo cariño, no pasó lo mismo con su padre, que comenzó a volcarse más en su hija pequeña. Su madrastra nunca le había hecho mucho caso pero según iba cumpliendo años, Isabel, recibía peor trato por parte de esta.
En su catorce cumpleaños, su abuela la sorprendió con un misterioso regalo. Un cofre de madera de pino que por su aspecto parecía muy muy viejo, pero que sus dueños habían conservado en perfecto estado. Su abuela era un persona muy cuidadosa que le daba gran valor a las personas, pero también a las cosas. «Porque costaba mucho conseguirlas» Y así era, vivieron una época donde tuvieron que trabajar mucho para conseguir un techo y comida. Hoy en día, aún sin saber si nuestras necesidades básicas estarán cubiertas, nos tiramos de cabeza al mundo del consumismo, perdiendo, a veces, esta misma pieza tan fundamental para el cuerpo… la cabeza.
Siempre habia sentido curiosidad por saber qué contenía aquel cofre, y ahora, lo tenia entre sus manos. Se sintió especial. Hacía tiempo que no le demostraban afecto. Sus abuelos se habían mudado a otra ciudad y sólo los veía una vez al mes, o quizás menos. Su padre a penas le dirigía la palabra. Su madrastra se había vuelto violenta con ella. Y su hermana era una niña mimada, pequeña, y consentida que no tenía la culpa de nada.
«Ven, niña. Siéntate a mi lado y escucha. Esta cajita de madera tiene su historia y como su nueva dueña tienes que conocerla».
«Puede ser que esta sea la última vez que nos veamos» – sus palabras la estaban dejando sin aliento. Mientras escuchaba a su abuela con los ojos abiertos como platos, esta abría cuidadosamente el cofre bajo la atónita mirada de su nieta.
«Estos recuerdos en forma de objetos son mi más preciada herencia, y son para ti. Quiero explicarte por qué, y una vez lo haga, lo entenderás todo».
En el cofre había algunas fotos viejas en blanco y negro, algo que parecía mechones de pelo cuidadosamente trenzados, y algunos objetos antiguos que despertaron más su curiosidad.
«Esta navaja perteneció a tu bisabuelo, mi padre, que a su vez la heredó del suyo. Ambos fueron orfebres. Este medallón de oro se lo hizo a su mujer, y esta pequeña pulserita de oro, a su nieta cuando nació, tu madre».
La echaba mucho de menos, y a medida que pasaban los años, más. Al escuchar que esa diminuta pulsera era de ella, se emocionó. De sus ojos empezaron a brotar lágrimas que resultaba imposible contener.
«Con los años podrás descubrir el poder de cada uno de estos objetos. Todos tienen parte del alma de las personas que lo poseyeron, por eso son tan especiales. Mi padre realizó un meticuloso trabajo de alquimia con ellos, y antes de morir, me enseñó como conectar con sus dueños. Vamos a empezar con en el que activó tu energía»
Isabel cogió aquella pequeña joya que pertenecía a su madre. La acarició con sus dedos y miró a su abuela esperando alguna indicación.
«Cierra los ojos y piensa en ella. Pronto recordarás también su olor, el sabor de su comida. El sonido del latido de su corazón en tu oído. El tacto de su mano… su llanto al escuchar el tuyo»
De pronto sintió como alguien acariciaba su pelo suavemente…
«Isabel, abre los ojos»
