Está blindada. Es imposible que entre. Fue una buena idea poner una puerta de seguridad. Intento autoconvencerme pero me viene a la mente que la última vez que se me quedaron las llaves dentro, el cerrajero, no tardó ni dos minutos en abrir esta misma puerta con lo que parecía una simple radiografía. Siempre me ha resultado curioso, y la vez inquietante, la manera que tienen de franquear cualquier mecanismo de seguridad con un elemento tan sencillo. Me da miedo. Todos los cerrajeros tienen acceso a nuestras casas. Las estadísticas me hacen pensar que no estamos seguros «El 1% de la población está catalogada como psicópata, según el el psicólogo y profesor emérito de la Universidad de Columbia Británica (Canadá), Robert D. Hare».
Era la una o las dos de la madrugada cuando lo llamé. Me dio la impresión de que estaba de marcha. No tardó mucho en llegar, y mucho menos en abrir la puerta. El despiste me costó ciento veinte euros. Nunca me ha vuelto a pasar. El no disponía de ningún sistema para el pago con tarjeta, y yo no tenía mucho dinero en la cartera, ni tampoco en casa, así que tuve que tirar de una hucha de monedas de dos euros que, por suerte, estaba bastante llena. Se fue de allí con mucho cambio, y yo me quedé con una hucha casi vacía. Al menos tuvo que darse cuenta de que en esta casa mucho dinero en efectivo no había.
Los ruidos de la noche, el destello de las luces del pasillo encendiéndose y apagándose, me devuelven a la mente ese 1%… pero, ¿y si soy yo? Empiezo a desvariar. Pero, ¿por qué no? ¿Cuánto nos conocemos a nosotros mismos? Me considero una persona bastante empática, así que me descarto rapidamente por no poseer el perfil. Y tras ese brote de locura paso de nuevo a la inicial, el psicópata imaginario que quiere traspasar la puerta.
No recuerdo cuando empezaron las paranoias. El diagnóstico fue un logro, pero no coincide en fecha con el comienzo de la dolencia. Quizás el señor calvo que me perseguía escaleras arriba en muchos sueños de mi infancia pudo ser el desencadenante de un invisible delirio camuflado de infantilidad y fantasía. Casi nadie cree en los fantasmas. El mio está detrás de la puerta. Puede tener diferentes caras. La de hoy no me agrada. Me siento en el sofá esperando a que llame a la puerta. Eso sería lo mejor que me podría pasar porque, en el peor de los casos, lleva en su mano una especie de radiografía.
Tengo que enfrentarme a mis miedos. Me dirijo hacia la puerta con valentía. Si me atrevo a destapar la mirilla y a pegar mi ojo en ella podré disipar este miedo… o tal vez no. Si por el contrario, descubro que esa persona no solo está en mi cabeza sino justo detrás de la puerta de mi casa podría entrar en pánico.
No se qué hacer. Recuerdo el experimento del gato de Schrödinger y creo que ya ha llegado el momento de abrir la caja.
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