La mujer apuntó con su barbilla hacia la niña, y después dirigió hacia mi su mirada. -«Que grande está. Que rápido pasan los años, verdad?» No le dije nada. No sabía si había entendido bien lo que me había querido decir. Tuve la sensación de qué me preguntaba cómo si yo conociera a esa niña de antes, como si no fuera la primera vez que nos habíamos visto. Probablemente solo quiso hacer referencia a lo rápido que pasan los años.
La niña corrió hacia aquella mujer que extendió rápidamente sus brazos al ver el gesto de su hija y, con una enorme sonrisa, se agachó para recibir el abrazo. El padre miraba la escena desde un puesto de algodón de azúcar donde la pequeña se había parado segundos antes para pedir un último capricho. «Normal que tenga tanta energía con tremenda sobredosis de azúcar» En seguida me di cuenta de que mi forma de pensar era consecuencia de la información recibida en mi edad adulta sobre los peligros del azúcar. De pequeña me encantaban las golosinas. En cierto modo, esa niña pequeña se parecía bastante a la niña que fui y que, de vez en cuando, se revela e intenta salir.
Quizás fue ella la que me impulsó a no volver a casa aquella tarde y a emprender ese camino que me devolvía a rincones de mi memoria que hacía mucho tiempo que no visitaba.
La niña se desenganchó de la cintura de su madre. Cogió un vaso de barro y lo llenó de agua. Extendió su brazo y luego, lo dirigió hacia mi.
– Bebe. Si no lo haces tendrás que volver ya».
«¿A dónde se supone que debía volver? ¿Acaso sabía ella algo de este extraño paseo? Me sentía cómoda al lado de esa gente desconocida, pero a la vez, también me sentía inquieta porque, por momentos, no me parecía un paisaje real.
No estaba segura de si quería seguir bebiendo. Ya todo me volvía a parecer extraño. Incluso el volver a sentir sed cuando a penas habían pasado unos minutos de mi último trago. Me giré para intentar localizar a su padre intentando tomar como punto de referencia aquel enorme algodón de azúcar pero la imagen se había congelado. Todo a mi alrededor se había quedado en posición de «Tulip», y no se por qué, esperaba que viniera alguien diciendo «pam» y que todo siguiera, al menos, como antes.
– ¿De verdad no vas a beber? Me decepciona lo rápido que te cansas ahora de jugar.
– ¿Cómo es posible? ¿Por qué se ha… literalmente, se ha parado el mundo y nosotras seguimos hablando? ¿Que está pasando?
– ¿Cómo pretendes que una niña te responda a esa pregunta?¿No crees que es demasiado complicado para mi explicarte por qué el mundo está parado? Quizás te esté dando tiempo para pensar. A lo mejor necesitas que todo esté así, inmóvil, en silencio, para poder aquietar tu mente. Primero te sorprendiste de un paisaje tan dinámico, pero este tampoco te gusta. Deberías mirar dentro de ti para descubrir cual es la realidad de fuera. Tu confusión te trajo aquí, y ahora no sabes si quieres volver a casa. Descubriste hace rato que al beber del agua de la pila volvías a tener contacto con esa niña feliz que disfrutaba de cada paseo con sus padres, corriendo de un lado a otro y comiendo lo que le apetecía. Pero te niegas a escucharla aunque la tengas de nuevo delante, y luego, te atreves a hacerle preguntas referentes a lo que no pudo ver porque al crecer le soltaste la mano y te alejaste de ella sin despedirte.
Bebe al menos una vez más del agua de este vaso. Abraza a esa niña en la que a veces reparas pero ignoras, y encuentra el camino que te condujo hasta aquí. Mira al tu alrededor, la calle vuelve a estar vacía. Solo quedamos tú y yo, es decir. solo quedas tú.
